Esa noche la hora de la luna llegaría bien tarde, pero una cortina de nubes cubría el negro del cielo y no se asomaban las estrellas, así que tampoco había esperanzas de que apareciera la luna. La noche era negra, casi sin sombras.
Por fin, como a la tercera hora de la noche, llegaron los lobos
un aullido vino desde el bosque; estruendoso y escalofriante, en poco tiempo las fieras se habían acercado al campamento por la entrada principal, aunque no tendrían muchos problemas para saltarse las barricadas. Alzaban sus húmedas narices y olfateaban algo no gustoso para ellas, pero no le prestaban atención.
Zeveín tomo su espada y la sostuvo en alto, dio una señal, y el pueblo entero siguió la orden; las luces de la periferia se encendieron de nuevo, y el pueblo se movió con rapidez.
Todos los infantes fueron agrupados en el centro del campamento y fueron rodeados por un anillo de mujeres y ancianos que no guerreaban, éstos a su vez, fueron rodeados por un anillo de varones jóvenes y doncellas con arcos y flechas improvisadas liderados por Htebsil la tsumita, aunque ella deseaba estar al frente, con el príncipe. Al rededor de todos ellos, defendiendo la barricada, se formó un último anillo liderado por Zeveín, una fuerza compuesta por los hombres bien armados cercanos a Zeveín, otros que tenían armas de menor poder y un gran numero de hombres con todo tipo de armas, hachas y cuchillos, un anillo que Zeveín creía debería poder proteger el campamento aguantando las enbestidas más duras.
De inmediato los lobos aullaron con fuerza y rodearon el campamento por completo, sin llegar a atacarlo, si no que esperaban a su capitán. Pero algunos de ellos se precipitaron en su ataque y se abalanzaron en dirección de Zeveín; una docena murió durante el intento, otros quedaron heridos, pero ninguno estuvo siquiera cerca del príncipe luzaviano, ni supieron como fue que cayeron. Los heridos que pudieron, se arrastraron hasta el bosque esperando recuperarse o morir, el resto esperó la llegada de su lider.
