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La Ascención - Defendéos 2 - 20 de abril de 2012
por gerardo
... se escuchó el aullido aterrador del gran líder. Finalmente las fieras decidieron atacar a su presa, las bestias reconocieron el llamado, hasta los luzavianos supieron lo que seguiría a continuación. Los lobos cargaron contra el anillo fuerte, nuevamente muchos cayeron sin saber por que, pero continuaron el ataque. Las mujeres y niños recibieron una orden de Htebsil, gritar con todas sus fuerzas, llamar la atención de las fieras, confundirlos. Parecía un absurdo, no tenía mucho sentido, en todo caso, los lobos buscaban esa presa desde el principio. Pero funcionó, los primeros atacantes que rebasaron la lluvia de flechas buscaban ir directo al centro de los anillos, al origen mismo de los gritos, sin prestar atención a los anillos exteriores, y caían muertos a espada con gran facilidad. Entonces el gran líder, viendo lo que sucedía, aulló de nuevo con gran fuerza y rascó el suelo con rabia; la carga se detuvo y los lobos retrocedieron y se mantuvieron entre el bosque, un tanto alejados del campamento. Pero hubo las primeras bajas en el bando de los hombres y múltiples heridos que fueron llevados al centro, para ser atendidos por los curanderos y las mujeres de servicio, aunque sí hubo jolgorio entre los luzavianos por la cantidad de fieras que cayeron por espada, flecha o lanza.

Eso no seria todo, Zeveín lo sabía, los lobos atacarían de nuevo por que ese día se habían reunido con el propósito de acabar con el campamento, el príncipe luzaviano confiaba en la seguridad de su estrategia y esperaba un nuevo ataque de las fieras, pero ¿Qué estaban esperando? ¿Porqué se habían detenido? Aunque muchos cayeron, estaban empezando a rebasar el anillo fuerte y las barricadas. Ni Zeveín, ni Htebsil ni nadie más pudo imaginarlo, hasta que fue tarde. Más de dos horas pasaron y los lobos no atacaron, había zozobra entre el pueblo y un silencio aterrador, se podía escuchar la respiración de los hombres y los pasos de los lobos entre las hojas del bosque.

El cielo comenzó a despejarse lentamente, para complacencia de los lobos y malestar de los luzavianos, pero los lobos no atacaron, esperaron algo más. Los ojos de los luzavianos brillaron con asombro cuando comprendieron la malicia del capitán de las fieras, un halo luminoso asomó por encima de las copas de los árboles, y una gruesa nube empezó a enralecerse poco a poco, hasta que dejó por completo descubierta la cara pálida de la luna, y su luz bañó toda la escena.
Estas bestias no atacaban bajo la luz de la luna, pues los avistaban con facilidad, pero en esta ocasión la esperaron con paciencia y ella les ayudó. Mostró al gran jefe la estrategia del príncipe luzaviano. Los círculos que Zeveín había formado, cómo los hombres se acomodaban estratégicamente en anillos uno tras otro, y mostró a los débiles en el centro y vió el gran jefe que los fuertes estaban en el exterior y los débiles en el interior, y vió a Htebsil con sus soldados, erguida, nada corpulenta pero orgullosa y amenazante, clavándoles una mirada fría; aunque no entendió la ciencia del arco y la flecha, lo que tanto daño les había causado, por eso menospreciaron a Htebsil con sus soldados y el arco que tensaban.
Un aullido, el más fuerte que jamás se escucho en el bosque, sonó y resonó desde la montaña. Más, muchos más aullidos se le unieron y el círculo de lobos nuevamente se cerró sobre el campamento, sin embargo todavía sentían algo en el aire y no sabían que era.

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