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La Ascención - Despertar de un Guerrero - 16 de abril de 2012
por gerardo
Zeveín temió mucho a los lobos, y se ocultaba de ellos, pero solo durante un tiempo, hasta que le sobrevino la tragedia. En un día de lluvia, los lobos atacaron el campamento, estando Zeveín en un pozo sacando agua. Una de las fieras desgarró a su mujer y otra tomó a Ovein su hijo y lo arrastró, El atónito príncipe luzaviano, vió a lo lejos que lo más amado de su vida, su semilla, estaba en peligro. Amaba a su hijo, y aún su propia vida la entregaría gustoso a cambio de la de su heredero.

Apenas llegaba a los siete años Ovein. La bestia no lo devoró, le arrancó la vida clavándole los filosos colmillos en el cuello, como si fuesen navajas. Entonces Zeveín, que se había ocultado con temor al iniciar el ataque, salió de su escondite y acudió en su ayuda, abalanzándose con ira y temor sobre la fiera. Le clavó una lanza al en el costado, pero no logró matarla, sino que esta huyó amparada por la oscuridad. El ataque terminó pronto, y mientras el pueblo se reunía, las mujeres tapaban los oídos de los más pequeños, para que no escucharan los gritos de los luzavianos que, en lo más profundo del bosque teñido de tinta nocturna, eran devorados vivos por las bestias infernales, con la complicidad de la lluvia y los truenos.

Muchos vieron en silencio, como tomó Zeveín a su hijo en brazos y lo llevó hasta el centro del campamento y él solo le dió sepultura, sin honores de prícipe, como correspondía. Aunque la consternación cayó sobre el pueblo, no pudieron dejar de notar algo, en los ojos de Zeveín brilló un fuego, venía de lo más profundo de su alma. Una furia terrible, indecible, incontenible, se asomó a los ojos del heredero de Kcire.
Ese día cambió para siempre el semblante del escriba luzaviano, no volvió a sonreír y se acortaron sus palabras, hablando solo lo realmente necesario. Y se maldijo a sí mismo por haberse escondido delante de los lobos en aquella noche, y se llamó cobarde a sí mismo por haberse ocultado de las fieras, y se odió a sí mismo por su debilidad cobarde. Y alzó su puño contra el cielo cubierto de nubes y juró diciendo:
- ¡En tanto estas las fieras no me derriben y coman mis carnes y laman mis huesos y aún quiebren con sus quijadas el más duro de ellos, juro, por lo que me queda de honor y vergüenza que les daré cacería, su enemigo soy yo, y mi enemigo son ellas!
-¡Debajo del sol, de la luna y la lluvia, en frío o en calor no descansaré y las cazaré. La sangre de mi hijo será vengada hasta la última gota!- Así cayó una maldición sobre los lobos y se esclavizó Zeveín a la cacería de fieras.

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