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La Ascención - Ii - 28 de marzo de 2012
por gerardo
Su viaje fue tranquilo, no hubo mayores contratiempos hasta meses después, cuando tuvieron a la vista el pico de una gran montaña casi desnuda, que Zeveín llamo Úzari. En ese punto tuvieron que esforzarse mucho para poder continuar la marcha. Cinco lunas llenas le tomó a Kcire y sus capitanes llevar a todos los luzavianos a través del bosque que ya era húmedo.

Hasta que en una tarde nublada, salieron de la espesura del bosque, con sus ropas empapadas y sus pies enlodados, con frío y manos entumecidas llegaron a un gran claro en una pequeña meseta. Desde ahí Kcire pudo ver el tamaño de las montañas por donde pretendían continuar, y vio Kcire que el rumbo que estaban siguiendo los llevaría por el camino más corto hacia las faldas del Úzari, pero el mas difícil.

Acamparon ese día en el claro, hicieron fogatas para ahuyentar el frío y las sombras que atemorizaban a los más pequeños, el claro era muy grande, semejante a un gran lago verde, lo suficientemente grande para toda la caravana. En el centro del campamento se instalo Kcire y sus principales con sus familias, al caer la noche se reunieron alrededor de una fogata y ahí charlaron largamente acerca del viaje, el paso por las malezas y los espinos, de lo que quemaron al salir de Costa Verde, de lo cálido del ambiente cerca de la playa, acerca de historias antiguas que vivieron los patriarcas de costa verde en el país lejano; mucho consultaban los viajeros a Htebsil la tsumita, pues sus antepasados guardaban antiguos manuscritos del país lejano y ella los estudiaba, y aprendía mucho de cosas que nadie más conocía. Así fueron pasando las horas, y leyenda tras leyenda, historia tras historia y canción tras canción, hombres y mujeres fueron vencidos por el peso de sus párpados y dormitaban soñando con las tierras del país lejano del que se había hablado, por fin se durmió el ultimo hombre y la vida de una raza entera quedó escrita en el aire húmedo de aquel claro en medio del bosque. Entre los árboles, hubo algunos pares de ojos que observaron a las figuras de aquellos hombres que habían arribado a estas regiones silenciosas, hasta que al final, la llama acabó por comerse todas las ramas secas y también durmió.

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