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La Ascención - V - 02 de abril de 2012
por gerardo
Partió la compañía de Lanzlov, pero al tercer día, cuando casi caía la negrura de la noche por completo, se escucharon los aullidos que Htebsil conocía muy bien, y mientras resonaban entre el bosque, aparecieron unos hombres corriendo entre la maleza, despavoridos y aterrados, eran tres mensajeros de los que partieron con Lanzlov, habían vuelto a la caravana y no podían hablar, estaban pálidos, apenas respiraban y los pies les temblaban, no podían mantenerse en erguidos, ni hablar, sus lenguas habían enmudecido y por más que trataron no pudieron decir palabra alguna.
Hasta que finalmente recobraron el aliento y hablaron con los capitanes, les informaron que, apenas había pasado la doceava hora de sol, mientras terminaban de comer, la pequeña compañía fue asaltada por unas fieras sedientas de sangre; fueron tomados sorpresivamente desde el este y eran muchas, por lo que no pudieron hacerles frente. Trataron de retroceder, solo defendiéndose en ocasiones contra envestidas directas que las fieras habcían contra ellos, algunos de la compañía habían perecido en las garras de las bestias durante el ataque sorpresa, entre ellos, el capitán Lanzlov. Los demás trataban de escapar juntos, pero las fieras luchaban por separarlos. Además Lotoz, el cazador valiente, se había adelantado a la compañía y no sabían que había sido de él.

Zeveín se entristeció mucho con la noticia, y se asustó, y dió a su padre por muerto y a los que lo acompañaban también. Cozveniel se le acercó diciéndole que no era tiempo de preocuparse por lo que no podían controlar, y le aconsejó que deberían estar preparados por si las fieras atacaban el campamento, que ordenara una mejor guardia para el campamento, pero Zeveín no reaccionó. De ahí en adelante Zeveín se alejo mucho de los puestos de mando, delegando su autoridad a sus principales y la mayoría del tiempo permaneció en su tienda, en compañía de su mujer y su hijo Ovein.

No se volvieron a recibir mensajeros desde el frente, ni se volvieron a enviar desde la caravana, pero el pueblo continuo marchando, ahora en forma mucho más lenta, pues temprano ya se establecían los puestos de vigilancia por ordenes de la doncella arquera, quien quedó sola a cargo de los vigilantes desde la muerte de Lanzlov. Añoraba que Goz regresara, la abrasara y prestara su fortaleza, su valor y su espada. Se contristo Htebsil, pues en su corazón había un sentimiento que que le estrujaba el alma: ahora el estaba lejos, peligrando, o ya no estaba... ella no lograba estar en paz y deseaba mirarlo a los ojos una vez más, lo deseaba más que ninguna otra cosa.

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