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La Ascención - Vi - 03 de abril de 2012
por gerardo
Lotoz se adelantó a sus compañeros, siempre quería ver un poco más allá, buscaba un horizonte diferente, además, aprovecharía para cazar alguna liebre para cocinar. Fue mientras regresaba al lado de sus compañeros, después de haber inspeccionado un largo trecho, que escuchó gritos escalofriantes, escucho gritos de miedo, gritos de dolor, dolor de muerte, muerte que asalta por sorpresa; y alaridos, aullidos de fieras tras una presa que se les resiste.
El valiente cazador sintió temor, pero Lotoz era intrépido, y se atemorizó pero no se espantó, se acerco a toda prisa, él conocía esos gritos y las voces, llegó cauto y amenazante hasta donde sabía que estaban sus compañeros. Desde los húmedo y verdosos matorrales inspeccionó el claro, miró en dirección de la compañía y se horrorizó con lo que vió. Llevó su mano hasta su cintura y empuñó su cuchillo de cazador con su brazo débil y en su diestra sujetó la lanza con firmeza, movió la cabeza y los hombros para acomodarse el arco y las flechas que adornaban su espalda.
La vista del cazador era legendaria, pero por esta vez hubiese preferido estar cegado. Con horror y espanto una escena atroz se ampliaba ante su vista: tres fieras que andaban en cuatro patas, parecidas a perros pero mucho, mucho más grandes, el tamaño era como un ternero; estaban devorando a dos de sus compañeros de viaje, solo reconoció a uno, Lanzlov su medio hermano. Lotoz lo estimaba mucho, y no hallando que hacer permanecía absorto.

Al cabo de unos instantes el hombre valiente reaccionó, figurándose que no podía hacer nada, se irguió descuidadamente y se dispuso a escapar entre el bosque, pero escuchó un lamento, fue silencioso pero desgarrador, Lotoz sintió un escalofrío en todo el cuerpo y estuvo a punto de desfallecer, pero la indignación no se lo permitió, pues el lamento que escuchó era de Lanzlov que sufría mucho por que las fieras lo habían inmovilizado pero estaba aún con vida y así lo estaban devorando. Depuso momentáneamente lanza y cuchillo, tomó pues Lotoz su arco, miró con ira a las bestias, y deslizando una flecha entre sus dedos, tensó su arco con mucha fuerza, mientras, las bestias lograron notar su presencia y lo observaban inmóviles, como tratando de estudiar a su presa. Estaba la cuerda apunto de romperse cuando Lotoz liberó la flecha y su ira atravesó el aire con tal rapidez que las fieras no tuvieron tiempo de reaccionar; traspasó el pescuezo de una de ellas, matándola al instante. Pero el arco de Lotoz se forzó demasiado y se dañó, por tanto tubo que tomar su lanza, olvidar el miedo y exhalar furia e ira desde sus entrañas. Se abalanzó sobre las fieras, habían quedado petrificadas con la caída tan repentina de su compañera, eso le dió ventaja al cazador y cuando quisieron reaccionar ya una no pudo, al tener la furiosa lanza atravesada en su costado. La tercera fiera se apartó de un salto y luego se abalanzó sobre el luzaviano, pero tardó demasiado, Lotoz ya había recuperado su lanza y la hundió en el hocico de la bestia, que cayó y se revolcó, mientras moría gemía como un hombre con mucho dolor, entonces Lotoz le ensartó el cuchillo en el pescuezo dándole muerte.
Vió Lotoz que no podía hacer nada por Lanzlov , y escuchó los aullidos de más fieras que se acercaban al claro, entonces resolvió liberar a su medio hermano del sufrimiento con su propia arma y marcharse apresuradamente hacia el este en busca de su rey.

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