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La Ascención - Viii - 10 de abril de 2012
por gerardo
Kcire y sus hombres volvieron su mirada hacia el oeste, hacia el poniente, con la caída del sol, la ruina podría caer sobre su pueblo. Juntó Kcire sus fuerzas, y se preparó para partir. Se sintió preocupado, se daba cuenta que con la muerte de Lanzlov no quedaban capitanes guerreros en medio del pueblo, solo Htebsil, ella sola, sin otra ayuda que la que podía brindar un cartógrafo, un escribano y un arco.
Goz Lahúr fue el primero en estar preparado para la marcha de regreso, igual que Kcire, pensaba en Htebsil, pero sus pensamientos brotaban de su corazón, no de su mente. Quería correr en su ayuda en un momento de necesidad.
Pero cuando la compañía de Kcire estuvo dispuesta a regresar, se dieron cuenta que no podrían regresar por el mismo sendero que habían marcado, pues las bestias infernales ya lo estaban vigilando. Lotoz avistó manadas de lobos que se paseaban en el bosque, y calculó un número mayor a diez manadas, demasiado para la compañía de Kcire. Podrían hacerles frente, pero no sin sufrir importantes bajas. El rey tuvo que marchar hacia el norte para luego ir al oeste. Esta maniobra mantuvo a Kcire y su compañía muy seguros, y aunque enfrentaban fieras de cuando en cuando, siempre salían victoriosos, pero ya no tenían forma de saber cuando llegarían al campamento de Zeveín.

Fue al aproximarse a las faldas del Úzari, que Htebsil y la caravana fue alcanzada por un gran grupo de lobos, y finalmente se dejaron ver; una especie de fieras que no habían conocido antes, eran muy grandes y en extremo fuertes, con colores que vagaban entre el marrón y grisáceo, predominando el marrón. Mientras aumentaban en tamaño y ferocidad, mostraban una raya colorada en el lomo, desde la frente hasta la cola. Había un líder, más grande que los demás, más fiero y más peligroso.
Las fieras no tuvieron reservas con los viajeros, eran solo una presa más, un gran rebaño y fuente de comida. Fueron asediados los luzavianos, seguidos de cerca durante el día y atacados de noche. Los hombres montaban guardia en turnos, pero en más de una ocasión los centinelas fueron devorados en silencio y el campamento fue tomado por sorpresa.

Atacaban a los más pequeños y débiles, niños, mujeres y ancianos que no representaban ninguna dificultad a la hora de cazar. Los mordían o rasgaban con grades garras en las piernas, cuello y nuca para inhabilitarlos, luego los arrastraban lejos del campamento, para darles una muerte atroz, pues en ocasiones las víctimas aún estaban con vida pero inmóviles cuando los devoraban, como habían hecho con Lanzlov. A la luz del sol se alejaban de los viajeros hasta donde la vista no llegaba y en las noches de luna llena no atacaban pues los guardias podían divisarlos con mayor facilidad; pero sus aullidos resonaban en las laderas de las montañas y eran tan potentes que el bosque no podía atraparlos, llegaban tan claros a los oídos de los luzavianos que estos se estremecían con temor, aún los mas valientes.
El constante ataque de las fieras detuvo por completo el marcha de la caravana cuando casi alcanzaban las entradas a las faldas del Úzari, y Htebsil se preocupó mucho, por que el invierno se les venía encima como una avalancha, tal como Kcire les predijo que sucedería si no se apresuraban. Cozveniel no pudo ayudar a la doncella a dirigir el pueblo, el liderazgo es un don, no una tarea delegable. Zeveín estaba perdido en pensamientos que giraban alrededor de la muerte de su padre con sus capitanes. Días amargos vivía Htebsil, y la espada poderosa de Goz no apareció entre el bosque. Ella siempre lo esperaba, esperaba que apareciera entre las ramas de los árboles que inundaban el paisaje, por el camino quizás, o por las laderas, pero no llegaba, y hacía ruegos Htebsil por el regreso de su amado, y se vestía con atuendos de guerra, esperando luchar a su lado, al lado de su rey y los demás. Lloraba mucho, pero solo en su corazón, pues el pueblo se aferraba a ella en busca de su valor y su coraje, eso era todo lo que tenían y la doncella no podía más con la carga de todo un pueblo sobre su hombro.

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