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Lección de Ingles

Vamos al parque de juegos al lado del edificio donde vive ella. No hemos fumado marihuana, pero reímos como si estuviésemos volados. Andrea es una droga buena que me hace reír. No quiero irme nunca de acá.

De vuelta al departamento, se entretiene enseñándome inglés. Yo no hablo ingles. A pesar de que me matriculé muchas veces al Británico, he olvidado las pocas palabras que aprendí. Andrea, para mi vergüenza, lo habla muy bien, tal vez mejor que mi español, lo que atribuye a los años que vivió en Estados Unidos con sus padres. Me pregunto si seguirá extrañando a Peter, un enamorado que tuvo aya en Washington y que dejo al venir a esta aldea llamada Perú, si pensará en él cuando hacemos el amor, si lo llamará por te­léfono secretamente y le prometerá que irá a visitarlo en sus vacaciones. Ella me dice que ya no está enamorada de él que sólo quiere ser su amiga, pero yo no la creo del todo y sospe­cho que todavía juega con la idea de irse a Washington y casarse con él; sospecho que piensa todo eso cuando yo le recuerdo que to­davía pienso en mi ex. Pero ahora no se lo digo porque estamos jugando a que es mi profesora de ingles y yo su alumno remolón.

Mientras avanzamos a màs de 100 kilómetros por hora por la Panamericana Sur, ella me enseña unas pocas palabras en inglés y yo las repito obe­diente, y ella se ríe de mi acento y me enseña la correcta pro­nunciación y yo lo intento pero soy un desastre, y entonces ella vuelve a reír de lo mal que hablo inglés y lo lento que soy para aprenderlo. Nos reímos y la amo cuando, rubori­zándose, me dice, a sugerencia mía, cosas atrevidas en inglés, y yo las repito con mi acento macarrónico y el brazo iz­quierdo bastante más tostado que el otro por el sol, y ella se sonroja, sonríe pudorosa, se reclina, descansa en mi pierna y me pide que acaricie su pelo mientras vemos pasar las playas de Lima. Ese día llegamos a la playa alrededor de las 11 de la mañana, caminamos hacia el hotel que es de los papas de su mejor amiga, el comedor es amplio al igual que sus instalaciones, ella a reservado una habitación para los dos, tan linda ella siempre pensando en todo, entramos al cuarto y nos hechamos viendo el televisor y casi al acto me quedo dormido, costumbre que tengo desde que empecé a trabajar, el placer de dormir. Despierto en la tarde, acalora­do, sin saber dónde estoy. Ella duerme a mi lado. La miro con perplejidad, sin entender por qué una criatura tan her­mosa elegiría amarme. No puedo evitar tocarla, besarla, des­pertarla, pero ella no se queja y se entrega al acto del amor. Sigo con pesadez y con rezagos del sueño profundo pero no importa, porque quiero que Andrea me siga diciendo que soy el mejor amante que ha tenido y que ni siquiera Peter la hacía gozar como se estremece cuando me muevo entre sus piernas y le digo cosas inflama­das. Ya es de noche, yo con los ojos hin­chados y un dolor de espalda que atribuyo a la blandura del colchón, salimos dispuestos a recorrer los 100 kilómetros que nos espera hacia la ciudad

Ella está contenta, casi eufórica, pone nuevamente los pies descalzos sobre el tablero, deja que el viento desordene su pelo y me somete a un examen de inglés, recordándome las palabras que me ha enseñado el día anterior, cuando estábamos en el departamento de sus padres, y corrigiendo de paso mi pronuncia­ción. Es un momento fantástico: yo repitiendo cómo se dice en inglés queso, pan, auto, señorita, camarero, y ella riendo de mi torpeza y mi horrorosa pronunciación y soltando una carcajada que rompe el aire quieto del camino y me contagia de su felicidad. Ella se deja caer sobre mis piernas, le gusta que le acaricie la cabeza mientras ella cierra los ojos y canturrea alguna canción. No le cuento a Andrea que me gusta hablar con mi ex por­que sé que le tiene celos. Pero a mí también me dan celos cuando Peter la llama desde Washington, se quedan hablando horas en el teléfono y yo no entiendo nada porque hablan en inglés y ella no dice pan, queso, auto, señorita o camarero, algunas de las pocas palabras que aprendí en la carretera.

Por su tono de voz, la estridencia de sus risas y la alegría que exuda cuando la llama, me parece que Andrea todavía está enamorada de Peter. Se lo digo y ella lo niega: Sólo quiero que seamos amigos, no me gustaría que desaparezca de mi vida cuando nos hemos querido tanto, él sabe que yo no quiero volver a ser su novia y, si no lo acepta, no es mi problema, con el tiempo se dará cuenta. No sé por qué te llama tanto, ¿acaso no sabe que estamos juntos?, es una impertinencia que llame a cualquier hora para decirte que te extraña, me quejo con una amargura que me avergüenza. No le tengas celos, yo estoy enamorada de ti, he dejado a Peter para es­tar acá contigo, me susurra ella al oído. Me he vuelto adic­to a su cuerpo, a sus besos y a sus caricias, a sus jadeos aho­gados de niña pudorosa. Hacemos el amor varias veces por semana en el departamento de sus padres con las ventanas abiertas porque to­davía hace calor y el aire acondicionado es un desastre, hace un ruido espantoso y apenas enfría.

Pero ante las llamadas que me enojan hay algo cierto , me siento feliz nuevamente, se me esta haciendo costumbre, algo raro en mí, ser feliz.
Gianx2204 de diciembre de 2008

2 Comentarios

  • Irlandesita19

    Este tambien me gusta mucho, me gustaria que hubiera una segunda parte porque me he quedado con ganas.

    _Un besito y buenas noches_

    05/12/08 03:12

  • Gianx22

    No hay primera sin segunda, te prometo una segunda y tercera parte de esta historia.
    Saludos

    05/12/08 07:12

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