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Somos Intocables.

Caminábamos por las cornisas de los edificios como cada noche, ella delante, también como cada noche, con una tímida sonrisa abriéndose paso entre la oscuridad. Al llegar al final, saltamos a la siguiente azotea, y vuelta a empezar. Más que personas parecíamos gatos encaramados por los tejados, ante la mirada albina de la luna y sus mini secuaces, las estrellas.
Cuando estábamos ahí arriba, todo era distinto. El mundo se detenía por completo a excepción de nosotras, que como dos arqueólogas en unas ruinas íbamos examinándolo todo cuidadosamente desde las alturas. Preguntándonos que será de la Tierra mientras nos contábamos la una a la otra teorías descabelladas, impensables, mágicas. Hablábamos del hambre, de la pobreza, de los ricos y de las enfermedades. Sacábamos todos los defectos a este castigo/regalo que es vivir, y aún así encontrábamos el doble de argumentos positivos y bellos. Pero, ocurría como la carroza de la Cenicienta: A la mañana siguiente cuando saliera el Sol, toda esa belleza volvería a convertirse en calabaza. El mundo volvería a parecernos decadente y nos tendríamos que resignar a esperar a la llegada de la noche.

Como cada noche, detenemos nuestro camino y nos echamos sobre el suelo desgastado de una azotea. Ella usó mi vientre de almohada y tarareó una canción que no reconocí.
-¿Sabes? –se puso en pie y se subió al cable de un tendedero, haciendo equilibrio con los brazos en cruz- Creo que no hay peor sensación que sentirse débil. El hecho de saber que cederás con facilidad, que sucumbirás a lo más mínimo. Como una copa de cristal al borde de la mesa, solo un empujón y ¡Crash!… Llega un momento en el que sabes que no es cuestión de que quieras resistir, sino de que los fuertes te dejen hacerlo. Depende de ellos tu aguante, estás sometido a su decisión. –Saltó desde el cable y volvió a tumbarse sobre mi barriga- Siempre he sido débil. Por eso soy equilibrista, por eso camino tan a gusto sobre los cables… también ellos son débiles…como tú o como yo, pero en noches como esta, pienso que todo es distinto. Que tal vez el fuerte es “fuerte” hasta que el débil quiere y alza la voz. Cuando estamos aquí, juntas, es como si fuésemos intocables –clavó los ojos fijamente en mí- Somos intocables.
Mantenemos la mirada, hasta que un instante después Oniria, como cada vez que dice algún razonamiento suyo, se echó a reír. Tal vez por que necesitaba soltar toda esa energía que ha usado durante su reflexión, tal vez porque una vez dicha encontraba ridícula su teoría. Cuando volví a mirarla, ya dormía.
Yo fui incapaz de hacerlo.
El eco de su risa deambuló de un rincón a otro de mi mente toda la noche.
Gigi12 de marzo de 2014

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