TusTextos

Ambar

Un estridente aullido se alzaba cual millares de sobreagudas y retumbantes trompetas que, a destemplados tiempos se estrellaban impetuosas en los oídos de Tom Princeton haciéndole estremecerse por completo. El muchacho, al verse fuertemente perturbado por tan desabrido escándalo, abrió de golpe sus ojos, mientras malhumorado y maldiciendo a grandes escalas, buscaba a tientas entre la oscuridad la forma de despedazar cualquiera que fuese el origen de aquel irritante sonido que, le martillaba hasta las cienes. Se incorporó de relámpago con rabia en las entrañas dispuesto a cumplir el cometido, pero, grande su sorpresa fue al percatarse de que se trataba simplemente de la alarma de un desgastado reloj despertador, el cual, citaba eran ya las cinco menos cuarto de la mañana. Así que, ni tarde ni perezoso, el muchacho abalanzó un potente manotazo que hizo al pobre del reloj ir a dar directo al otro extremo de la estrecha habitación, aniquilando así, aquella ruidosa protesta matinal. Maldijo cuatro veces más, antes de volver a caer en la explanada de la cama.
Se incorporó de nuevo y se sentó cabizbajo, justo al extremo de la cama. Observaba el matiz grisáceo, que la luz matinal que se colaba por las persianas de la alcoba, le daba a la piel de sus manos. Temblaba, pues el frío comenzaba a escocerle en la espalda. Fruncía el entrecejo, mientras sentía su boca tan seca y amarga cual desierto al mediodía. Se frotó el rostro como queriendo arrancárselo y echó vistazo a su alrededor. Observaba fijamente al suelo, y notaba una cantidad tremenda de botellas de wiski a medio terminar. Se veían tan deprimentes allí tendidas cual cadáveres de cristal. Inmediatamente después de sentir deseos de terminar con aquellos cadáveres, extendió su brazo y alcanzó al más cercano. Se incorporó por completo, mientras observaba aquella etiqueta negra que Jack Daniels llevaba puesta en el pecho. Desenroscó el tapón, y despreocupado se empinó aquella botella. Pequeños riachuelos de amarillento licor escurrían desde sus labios, mientras su garganta se quemaba en cada trago que pegaba. El sentimiento que el sabor a plástico y madera dejaba a su paso, abría un hueco en su alma haciendo que todo se viese aún más deprimente. Pero no importó, pues Tom, se empinó la botella hasta que no quedó más que cristal vacío. Y aunque, dentro de sí intentaba hasta lo imposible por dejar de beber; sus manos parecían tener vida propia, puesto que, al cabo de unos cuantos minutos, no quedaban ya más botellas a medio terminar. Sólo un cementerio de tristes contenedores vacíos.
Gomezl124522 de septiembre de 2015

Más de Gomezl1245

Chat