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La Leyenda

Hace mucho… mucho tiempo. Cuando las tierras de la lejana china se bañaban en sangre y el imperio imponía su cruel tiranía sobre el pueblo, cuando el arte, la esperanza y la paz comenzaban a corromperse, nació una leyenda. La leyenda de los cinco maestros de Shaolin. Eran días oscuros cuenta la antigua leyenda, pues corría el año seiscientos veinte antes de cristo, mismo en el cual la dinastía Tang gobernaba sobre las tierras legendarias. Tiempos de llanto ahogaban al pueblo, pues los piratas invadían las costas sembrando el terror a su paso. Saqueaban a los aldeanos y violaban a sus mujeres. El emperador deseaba detener estas amenazas, por lo que decidió pedir el consejo del gran maestro Tao Long, sabio consejero y señor de los monjes de Shaolin, el cual aceptó en ayudar al imperio con la condición de que después de solucionar el problema que al país amenazaba, los monjes no volverían a ser requeridos para ningún fin violento jamás. Pero al correr de los años y al ver las habilidades de los monjes, el emperador no tardó en corromper su corazón, sus intenciones se volvieron macabras, el poder que obtuvo al derrotar a los piratas casi por completo le hizo sucumbir ante el dulce deseo de la tiranía, comenzó a delirar ante la idea de un reinado conducido por el miedo, donde el pueblo sustentaría cualquier deseo que al emperador se le antojase y ,por supuesto, la guerra a favor de la conquista renacería de entre las cenizas. China se transformaría en el país amo y señor del planeta entero. Y como era de esperarse, los monjes se opusieron a ceder ante tan cruel inclinación.
Ante la indignación del gran maestro y al verse fervientemente rechazado por los monjes y sus discípulos, el emperador Li Shimin se inundó de odio y optó por dejarse acariciar por las suaves manos de una idea sombría. Si al imperio no servían, entonces el imperio les exterminaría. Empleando la fuerza de sus ejércitos la persecución se asomó por la puerta grande de los templos Shaolin. La sangre de los monjes comenzó a teñir de carmesí los montes chinos. Muerte y llanto era el mensaje que abarcaba a los cuatro vientos cual melodía voraz, el diablo parecía danzar ante todo aquel que practicase el arte del kung fu. Pronto el imperio invadió cada aldea en busca de cuantos Shaolin fuese posible.
Al ver que sus discípulos perecían poco a poco, el gran maestro Tao Long cayó sobre sus rodillas y el dolor de su corazón se transformó en llanto interminable. Pero, pese a la situación, había aún una última esperanza. Era tiempo de recurrir a las antiguas escrituras del legendario Rey Dragón creador del arte Shaolin.

Conforme los meses pasaron, El emperador logró quemar cada templo y cada escrito. Algunos de los monjes habían decidido renunciar a sus creencias y servir al imperio con tal de no perder a sus familias, el gran maestro había sido capturado y se encontraba preso en las cortes imperiales. Las cosas para Li Shimin parecían marchar a la perfección. Pero lo que el emperador no sabía, era que el gran maestro había ido mucho más lejos de lo que él se imaginaba. Pues las antiguas escrituras del legendario Rey Dragón se encontraban intactas, escondidas en algún lugar a lo largo y ancho de la antigua china. Enfurecido al no obtener rastro alguno de tan codiciados escritos, el emperador decidió hacer una pequeña visita a su más preciado rehén. Cien azotes por noche con el látigo de espinas no lograron al maestro su silencio corromper, su concentración iba más allá del simple dolor humano, pero pese a que su mente evadía el dolor, su cuerpo lo resentía cada vez más y al cabo de unos cuantos meses, el gran maestro cayó agotado con más de media vida ya fuera de él.
Al ver que su única fuente de información perecía a cuenta gotas, el emperador ahogó su desesperación con la sangre de diez de sus más leales sirvientes, sació su cruel capricho degollándoles frente a los ojos del viejo y gran maestro Tao Long, quién no pudo contener el dolor que le causaba ver tanta frialdad irradiar del corazón del emperador. Decidido a soportar el precio de su silencio, el maestro no hizo más que esperar su muerte, necio y sereno como la roca yacía en la humedad de su celda. Li Shimin había tomado ya su decisión, si las sagradas escrituras no podía obtener, compensaría su falta obteniendo la cabeza del maestro. Desenvainó su enorme espada y se dispuso a terminar con su capricho. Pero, el retumbar de las paredes y los suelos le detuvo en seco, algo parecía suceder en el palacio, pues gritos de guerra y alaridos de dolor resonaban tras las grandes puertas que resguardaban las catacumbas. Cristales rotos y golpes metálicos hicieron al emperador sucumbir ante el amargo sentimiento de la curiosidad, fuese lo que fuese tras esas puertas, él debía descubrir que era y de ser necesario a punta de espada devolver el orden a su palacio. Parecían librar batalla un sin número de rebeldes dispuestos a masacrar a su ejército, así que se dispuso a dejar para otra ocasión la muerte del maestro y corrió hacia las grandes puertas de madera, pero gran y desagradable fue su sorpresa al descubrir lo que acontecía frente al umbral.
Las llamas ardían adornando las paredes y los inmuebles del gran salón imperial, docenas de soldados yacían en el suelo revolcándose de dolor y cientos de soldados más formaban un mar al centro donde uno a uno, salían volando cual moscas sin rumbo mientras las paredes y el suelo contrarrestaban la inercia de sus caídas. El emperador ordenó a su cuadrilla avanzar y detener tan atroz paliza, pero estos titubeaban con las piernas temblorosas alegando que los Dioses se habían enfadado con el imperio y había mandado a sus huestes sagradas a destruirlos a todos. De pronto, el flanco derecho de la sala fue descubierto dando claridad a lo que acontecía en el medio. Cinco guerreros se erguían repartiendo golpes y porrazos de forma bestial, los ejércitos del emperador parecían volar por los aires no importa lo que tratasen de hacer, caían siempre al suelo a retorcerse en su dolor. Los cinco guerreros no titubeaban, eran recios como estatuas de piedra, sin expresión más que no fuese rabia en sus rostros, castigaban sin tregua a todo aquel que se interpusiese en sus caminos. De pronto, las cuadrillas de soldados cedieron ante el ataque de los cinco guerreros y retrocedieron temerosos dejando el paso libre, ahora los rasgados ojos del emperador se reflejaban ante cinco miradas llenas de rabia.
–– Y bien… –– suspiró el emperador –– Me es imposible no preguntar ¿Quién demonios son ustedes? Y ¿Qué les hace pensar? que mostrare piedad a lo que han hecho a mis guardias y a mi palacio.
Un guerrero fornido exclamó dando un paso al frente.
–– No tiene perdón alguno lo que has hecho a nuestra arte, así que, la piedad la decidiremos nosotros ¡Oh Maldito emperador! –– Apretó sus fuertes puños –– soy el maestro Yue Ling Wang del templo central del tigre en la región de Henan.
Al costado, un encorvado y calvo guerrero sonreía despreocupado.
–– Wu Cheng Yang… del templo del mono borracho escondido entre los bosques de Tianjing del norte –– anunció el encorvado guerrero de aspecto picarón.
–– Hemos venido por el maestro Long –– aclaró con valentía el guerrero de los ojos de águila –– Y yo, el maestro Jiao li te castigaré en nombre del templo oeste del águila escondida entre los riscos de Xinjiang.
En el medio, se posaba un guerrero elegante y soberbio.
–– Qi Tang Hao… experto líder del templo grulla en las costas del oriente de Jiangsu. Te resultará más sencillo ceder a tus ataques si no quieres que tus días de imperio ensangrentado terminen junto con tu vida, Li Shimin.
El emperador se empapaba en sudor.
–– Yo te conozco, eres el sobrino del antiguo consejero de mi padre y dueño de la herencia Hao –– exclamó Li Shimin –– No debiste haberte rebelado Qi Tang Hao, ahora mis hombres se encargarán de eliminar a toda tu maldita dinastía. Y déjenme adivinar, juzgando esos ojos fríos y esas ropas oscuras debo intuir que el último de los guerreros es el nada favorecido Sheng Jun Fan… Debo preguntar tan sólo por curiosidad ¿Qué hace un maldito criminal entre tan distinguidos maestros del kung fu?
El último guerrero sonrió con malicia.
–– Sólo un criminal puede castigar a otro criminal. Debes estar frustrado ya que jamás lograste capturarme, y era de esperarse, sigues tratando de ser despiadado pero careces de ingenio, Li Shimin, eso te hace verte al espejo simplemente… patético.
––Tan confiado como siempre Sheng. Veo que tuviste mucho tiempo para redimirte de tus malas acciones…
––Tanto que logré convertirme en el maestro especialista del puño serpiente, en el templo Shaolin del sur. Como podrás ver, irónico el destino es, pues seré yo quien termine con tu vida.
El maestro Yue habló con claridad.
–– Viajamos al lejano Tíbet en busca del gran sabio Dragón, con el fin de encontrar nuestra paz mental y aprender la última técnica Shaolin, pero al enterarnos de los estragos que cometías a nuestras creencias decidimos volver. Tal vez un poco tarde, pero has de saber que nos iremos de aquí con nuestro maestro y que terminaremos con tu reinado de sangre.
El emperador se relamía los labios.
–– ¿Cuan tontos pueden llegar a ser? ¡Oh valientes guerreros! Se olvidan que están en mi palacio y por lo cual, la suerte me sonríe, pues tengo en mis manos la vida de su estúpido maestro y me basta una sola señal para terminar con ella. Pero han de saber que soy un emperador amante de la justicia, así que, mi propuesta es sencilla, quiero las antiguas escrituras del Rey Dragón, a cambio de la vida de su maestro ¿Qué dicen de eso?
Una señal de dedos bastó para que los vasallos del emperador arrastrasen ante la mirada encendida de los cinco guerreros, al pobre maestro Tao Long, quién a simple vista pareciese que el alma le pesaba cual yugo de hierro sobre los hombros. La voluntad de los cinco guerreros hervía como el volcán.
A casi desfallecer el maestro habló a sus fieles discípulos.
–– El momento ha llegado ¡Oh pequeños hijos míos! Mi muerte no debe detenerles, su última misión no será salvar a china combatiendo el fuego contra el fuego, pues la guerra jamás terminará de esa manera. Deben alcanzar su paz interior y terminar de aprender la última técnica del sabio, sólo así podrán proteger las sagradas escrituras del Rey Dragón. Olviden la violencia, pues eso los hará tan iguales como lo es su enemigo. Vayan a los bosques, a los ríos, a las montañas y a las costas, aléjense del imperio hasta que llegue el momento de volver. Será entonces cuando china vuelva a encontrar la paz y nuestras creencias y artes renacerán de entre las cenizas ensangrentadas que causó este reinado.
–– ¡Pero maestro! ¡Si no lo detenemos el país vivirá entre la opresión! –– exclamó el maestro Yue.
–– Alimenta de calma a tu espíritu ¡Oh joven Yue! –– Dijo Tao Long cayendo sobre sus ensangrentadas rodillas –– pues el fuego en tu corazón debe perdurar y vivir en justicia por siempre, porque si perecieses en la batalla junto a tus compañeros, entonces el Kung fu perecerá también junto a ustedes, mis últimos discípulos. No les corresponde, hijos míos, terminar con la tiranía de Li Shimin, es imposible vencer a todo un imperio por ustedes mismos, pues, si del verde prado arrancares la hierba envenenada, ésta traerá consigo más hierbas tras ella, y llegará el momento en el que su veneno, corromperá tu sangre y tu alma, y si aún continuares tratando de arrancarles, tendrás algún día un prado lleno de hierbas con veneno dentro. Por el contrario, si dejares la hierba envenenada crecer, ésta, por sí sola se marchitará y morirá. El emperador encontrara su destino y pagará por sus faltas y será entonces cuando china vuelva a los días soleados de paz, cuando ese día llegue, ustedes saldrán a la luz y volverán a enseñar el Kung Fu a todo aquel que quiera aprenderlo.

Y así, sin más palabras en su boca el gran maestro y sabio Tao Long se derrumbó de cansancio. Se cuenta que había una sonrisa en su rostro mientras yacía en el suelo y que fue ahí donde los cinco maestros se transformaron en leyenda. Cuentan que después de llorar ante el cadáver de su maestro, miles de huestes trataron de terminar con la vida de los cinco guerreros pero, estos lograron abandonar el castillo sin un solo rasguño, se dice que esa noche el emperador Li Shimin perdió casi la mitad de sus hombres, y que después de aquella sangrienta batalla, el emperador jamás volvió a ser el mismo. Algunos cuentan que perdió el juicio tratando de encontrar las famosas escrituras. Que se volvió loco al tratar de encontrar a los legendarios maestros para eliminarlos, pues estaba decidido a erradicar por siempre al arte del Kung Fu.
Gomezl124523 de septiembre de 2015

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