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Cuando El "ello" Se Desmanda. Primera Parte

El aula estaba atestada de muchachos de entre once y doce años. En silencio miraban atentos al profesor Javier Gómez, que de manera pausada daba las últimas indicaciones. La fiesta de graduación se celebraba en dos días, y faltaban quince minutos para la salida general. La primaria terminaba para ese grupo, e iniciaba la secundaria; Durante más de un mes estuvieron practicando el vals y hacían simulacros en el púlpito de la escuela respecto a la entrega de papeles.
El grupo siempre fue bueno, la enseñanza iba al dedillo, el profesor no tenía problemas con los alumnos y visceversa.
El profesor Javier Gómez, en todo convivio al que era invitado refería que ese grupo era excelente, que no había rezagados ni desastrosos y todo funcionaba sobre rueda. En ese momento el profesor daba las últimas indicaciones antes de que el timbre conocido marcara la salida definitiva de los chicos.

--Entonces.. jóvenes, sin tareas, sin compromisos, la ceremonia de clausura será pasado mañana. Recuerden que deben llevar a sus padrinos, el ensayo del vals quedó muy bien, sin embargo tienen que llegar una hora antes al salón. Se les tomará lista, sean respetuosos con el tiempo de todos. Matilda, espero tengas preparado ya el discurso de cierre, lo harás muy bien, eres muy inteligente. Jóvenes!, la clase ha terminado, los veo en su ceremonia de fin de cursos –

Terminado el discurso, el sonido chirriante del timbre de salida bramó, y la alegría general estalló en el salón de clases, tanto así, que el profesor sonrió y compartió brevemente la alegría del colectivo. Esperó en la puerta y se despidió de mano de cada uno de sus alumnos mientras estos salían jubilosos pero ordenados. Despidió a su mejor alumna Matilda, con especial afecto, pero sin perder la solemnidad del acto. -muchas gracias profe- dijo Matida cuando le estrechó la mano, parándose de puntas para que su voz casi susurrante llegara mejor a su receptor.

Javier Gómez, el profesor. Tenía ya tres años de terminar su carrera, sin embargo fungía como maestro sustituto de contrato, aún no tenía la base y por tanto se había limitado a cubrir vacaciones y plazas no ocupadas por tiempo perentorio.

Era un profesor de excelente instrucción, acataba las reglas generales al pie de la letra. Seguía sin chistar los protocolos educativos y tenía sin duda, un conocimiento teórico a priori bastante amplio. Además eso no era todo, le encantaba la pedagogía. Cada vez que terminaba de cubrir en algún sitio, tardaba un poco en salir del aula, porque tenía que quitar todo el amplio material didáctico que tapizaba las 4 paredes. Material de calidad, obtenido del último congreso de pedagogía nacional o de algún artículo de revistas educativas o de su instrucción durante la normal superior.

Su edad cronológica era superior a la aparente; Tenía veintidós; era un joven delgado, estatura superior al promedio, tez blanca. Su cabello negro oscurísimo, exacerbado por la gran cantidad de gel que se aplicaba a manera ritualística desde los dieciséis. Sus ojos pequeños y negros ; su nariz grande y aguileña plantada en un rostro enjuto y bien afeitado que le daban una pulcritud bastante marcada.

Durante la graduación todo había salido perfecto, y las palabras de su mejor alumna, Matilda habían sido bastante sentimentales respecto al profe Javier, pese a que solo lo habían conocido hasta mitad del curso cuando su maestra original se había ausentado de clases, debido en principio a un dolor insidioso de columna que terminó siendo una metástasis de un cáncer de mama endiabladamente oculto.

Su contrato había expirado.
Todo lo anterior, representaba la cotidianidad de su vida profesional; una persona preparada que buscaba una oportunidad y en ese intermezzo disfrutaba la enseñanza y las prerrogativas que de cuando en cuando, acataba con respeto y disciplina.
Esta vez, sin embargo, fué diferente. Matilda, esa alumna avezada que he mencionado un par de veces, quien no supondría él nunca se tratase de una de esas lolitas que describió excelsamente Nabovok en su obra de mismo título, le había seguido el rastro a su casa, para agradecer trascender en su vida estudiantil como una revelación exacerbada por su cualidad de adolescente inexperta de la vida, y la fascinación innerente a la explosión hormonal que, de cabo en cabo, innundaba su psique y perpetuaba el amor que ella le profesaba sin estar plenamente conciente de ello.

Entiéndase pues, que Matilda, fraguaba en su precoz mentalidad, alguna situación que soslayara al profesor, un encanto singular que la joven provocaba a chicos de su edad, y que, debido a su empirismo exitoso hacia el sexo masculino y a su singular coquetería, debía sacar partido.

Dos semanas después de la ceremonia de clausura, el timbre del departamento de Profesor Javier Gómez sonó 4 veces en intervalos cortos, antes de que éste abriera la puerta para recibir a su ex alumna, con una mueca de sorpresa y una descarga adrenérgica que a modo de latigazo lo terminó de despertar de su pequeña siesta vespertina; dicho gesto, produjo en matilda, un delicioso festín fisiológico que junto con el saludo inicial la hizo pensar que el apuesto profesor le invitaría a pasar a su casa, con las intenciones que todo hombre profesa a cualquier linda dama que le demuestre interés.

-- Matilda, qué haces aquí?, hola.

--Hola profe!, como está? sonríe?, me da gusto verlo, le he buscado para agradecerle lo bueno que ha sido conmigo.

Necesario señalar, a este punto, que la pausa que siguió a esta cortés y "bienintencionada" réplica de Matilda, el contexto incómodo por el que Javier fué sometido por breves instantes se debía principalmente, al hecho de que Matilda, calzaba una zapatillas de correr, vestía una pequeña falda, una blusa blanca de la cual se pronunciaban unos pequeños senos semidesarrollados, y... su bello y pueril rostro pintarreado a manera inexperta con colores vivos, que en otra situación parecería el maquillaje de un patiño, pero que las coletas de Matilda y el hecho de llevar una paleta de cereza en forma de dedo índice que se movía sinuosa por su boca malpintada, manipulada por su mano de uñas adornadas de color carmín, le hacía cobrar otro sentido a su temple, un sentido perverso hasta tal punto que... el honroso profesor, el débil profesor, el incauto profesor, se vió sucumbido al hechizo de la lolita Nabokoviana y, así... sin pensarlo, la invitó a pasar ( no sin antes echar un vistazo a la calle, y a las ventanas de los vecinos).


CONTINÚA ...
Hellraiser06 de octubre de 2013

2 Comentarios

  • Neogrekosay2012

    Excelente "castellano". Una claridad terminológica admirable. Me permito recalcar la estructura, sintaxis y la semántica (centrada). El argumento es...como diría Freud...Aquello que es en sí mismo. Recibe un gran saludo.

    06/10/13 08:10

  • Hellraiser

    Gracias Neo (Y)... por leerme y comentar, te mando un saludo colega :)

    08/10/13 07:10

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