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El PelÍcano (cuento)

El Pelícano


La playa se extendía más allá de lo que su limitada vista podía alcanzar. Los rayos solares se abrían paso a través de diminutas entradas de las densas nubes oscurecidas, debido a la cantidad inmensa de agua que fraguaban inconscientes derramar en esa pequeña ciudad costera.

En el cielo mortecino, sobrevolando la costa, cinco pelícanos mantenían su vuelo sinuoso, a más de 300 metros de altura. Dejándose llevar por el viento con las alas extendidas. Sus cartílagos ligeros, junto con sus plumas y sus diminutos y eficientes músculos formaban una amalgama aerodinámica, y los mantenía suntuosos planeando en la atmósfera tropical.

El Joven admiraba el vuelo de los pelícanos, desde un camastro en la costa. Preguntándose si esa placidez con la que volaban, les hacía felices. Si esa libertad de surcar el cielo a voluntad y dejarse llevar por el viento a medio kilómetro de tierra les provocaba una dicha... un placer.

Como si su padre fuera capaz de leer su pensamiento, dijo en voz solemne: al mirar al joven demostrar ese interés creciente al ceremonioso vuelo de las aves:

-- Están cazando hijo. Vuelan tan alto y planean, de forma que amplían su panorama. Cuando visualizan el aleteo de un pez incauto, entonces pliegan su cuerpo, irguen su pico y descienden rápidamente, a manera de flecha. Y cogen su cena.
--Por un momento pensé, que disfrutaban volando, que presumían su don a seres sin alas como nosotros.—replicó el joven.
--Para nada hijo, no imprimen intrusión a eso, ni placer. Solo siguen un código heredado, una conducta escrita en sus genes para su supervivencia. Ellos no aprendieron, nacieron haciéndolo, seguidos por un impulso natural, la naturaleza es sabia, las conductas de los animales no se rigen por azar. --Terminó el padre, y se alejó caminando paralelo a la costa.

- Pero, si eso es cierto – Pensó el joven, mientras miraba a las aves – Si eso es cierto, ¿Porqué ese pelícano me mira con desdén? Mueve las alas para alcanzar otra ola de aire, planea sobre su superficie, y me vuelve a mirar. Incluso aletea subiendo otros varios metros , extiende sus alas y vuelve a planear con gracia, en un perfecto circuito casi coreográfico. Y después, me mira nuevamente. Su pico intercepta mi mirada y su cuello flexible se mueve tan debilmente conforme avanza su vuelo, manteniendo sus ojos diminutos en mí pese a su movimiento constante. Solo reincorpora la vista cuando el alargado cuello se contorsiona peligrosamente. ¿Conducta heredada?, creo que me presume su milagrosa habilidad, lo sé. Es el único pelícano que sobrevuela casi a medio kilómetro, muy lejos de sus compañeros--

Las horas han pasado. Las nubes púrpuras han invadido la zona, y la lluvia, que inició tenue, ahora, pese a formar películas finas, su caída es constante. Arruinando la diversión de los bañistas que, presurosos preparan su marcha. Excepto el joven. Análogamente los plumíferos han desistido de su caza, todos excepto el primero, el que sobrevuela a 500 metros con altivez y presunción.Y de pronto, la playa se encuentra solitaria, el tumulto ha desaparecido. El joven que se ha levantado del camastro, deja de guarecerse del chubasco y; contempla con incredulidad el vuelo majestuoso del pelícano, que lo observa desde cauta distancia a través de las densas capas de agua fragmentada. A través de la etérea tempestad.

Por un breve momento, el joven tuvo la convicción de que su conciencia y la del animal se habían fusionado. Que sus pensamientos se polimerizaban en uno solo, y que ambos podían adentrarse en el pensamiento del otro. El joven tuvo la certeza de que la lluvia que sentía en su rostro, era la que caía en el ave, que la brisa salada que acariciaba al pelícano, era la misma que lo acariciaba a él. Y que el ave conocía dicho vínculo tanto como él.

De repente, la distancia entre ambos disminuyó. El ave se abalanzó como lo haría con una presa, describió el ritual que su padre le había descrito y "a manera de flecha", en caída libre avanzó raudamente hacia él. 100, 200, 300 metros. El joven miraba azorado, con una extraña fusión de miedo y asombro. Casi a 20 metros de caer de lleno sobre el chico, el ave soltó un desecho que, describiendo un avallasador movimiento parabólico se dirigió rápidamente a su blanco.

Un fláccido, chorreante, húmedo, apestoso y líquido proyectil de mierda de pajarraco, atizó justo en medio de las cejas del joven. Con tanta velocidad que lo lanzó casi metro y medio desde donde se encontraba parado. El pájaro emitió un graznido ininteligible. Y el joven, con la mancha de cagada donde posteriormente emergería un chichón. Comprendió que ese graznido extraño, era la carcajada del plumífero.

FIN
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nota: Jooder, alguien sabe como agregar imágenes?
Hellraiser31 de julio de 2013

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