Amaneceres de acero,
bebían tazas de sol
arrastrando con sus cadenas
las luces de la mañana.
Negros que mutando
acaban grises,
sombra del celeste
que nos corona.
Noches que se cernían,
abrazandonos temerosas,
anunciando el hierro
que nunca acaba,
amigo del eco del tiempo,
que resuena estruendoso
en lo más diminuto
de nuestras mentes.