Tengo en mi backstage
un hombre de tubos que astilla
sus ojos para impulsar un soplido
que bucee por él
entre las montañas de caramelo
que solo él, ahí, tras la cortina de terciopelo,
consigue imaginar.
Con su rojo palpitante profanado,
pero dilatándo las pupilas de sus arterias
para ver y vivir más.
Tengo en mi backstage
a un Luis Cernuda apuntándose a la sien
con un revólver de papel.
Un Cernuda que olvidó el pañuelo
y sus lágrimas hambrientas
enmohecen el parquet y a veces arden
y lo calcinan todo, volviéndome, a mi mismo,
un simple montón de cenizas.
Tengo en mi backstage
el fantasma de un perro con cara de mujer,
que una mañana se evaporó
entre la espuma del mar con un alarido
porque nunca sería para mi,
ni su rostro ni sus miradas.
Y a veces se enfada y araña y muerde,
ahí, tras la cortina de terciopelo.
Tengo en mi backstage
mi propia ley para la verdad
y para la mentira una Oda.
A veces creo que tengo tantas burbujas
que ni backstege hay a mis espaldas.
Tengo en mi backstage torres altas
que se pierden en el cielo del ocaso.
Y de repente...
aviones suicidas por un tosido pilotados
las envisten y derriban
haciéndolas volar de mi memoria.
Tengo en mi backstage
moscas sidosas que un día adiestré
y me hacen cosquillas erizándome la piel,
cuando nadie me ve
y cuando no tengo tiempo
para compadecerme de mi mismo.
En mi backstage tengo
borracheras de amigos,
a Breton fumando puros
y nubes de humo que todo lo tiñen
y todo lo cambian,
envolviéndome con una calada.
Tengo cajas tan vacías que se dan la vuelta
y tantas otras, de tantos colores y formas, por rellenar.
Tengo bigote, pulgares arriba,
soledad, exceso, a veces... algún beso
y me sobran las palabras.
