La niebla escupió agua
para borrar las huellas
de un nacimiento sumergido.
El cielo sembró agua de rocas,
sobre puertos verdes,
oscureciendo la vida.
La lúz es ahora la
que apuñala, dentelladas
a nuestra cabellera,
la que robó el sueño
a nuestros ancestros.
El mar es quién toca
la pianola del deseo
en nuestras noches huérfanas,
cuándo muchas veces,
pernacemos en vilo,
discutiendo:
qué es lo último
que se pierde.