Que pisáramos las serpientes
nos gritaron,
que no dejáramos un resquicio
de aquellas que
sucias y resbaladizas
habíamos vomitado entre lágrimas.
Hoscos nos derretíamos
pisada a pisada
y la tierra nos absorbía
como a la sangre caliente.
Tapámos nuestros ojos,
ciegos asesinos.
Se enredarían a nuestros
talones y perforarían nuestras carnes,
nos dijeron.
y asustados, pisamos.
El sudor enturbiaba una mirada
que filtraba la curiosidad
de nuestra inocencia ciega,
pura del ser humano.
Miramos entonces,
donde antes yacían serpientes
ahora había plumas, plumas de pájaro,
suaves y calientes,
mancilladas con nuestra furia,
nuestro miedo.
Tu texto es magnífico. Se mueve entre el estremecimiento y la sensación visceral. Formadable ere giro hacia la realidad final, donde el texto retoma un comienzo no expresado. Un gran saludo.