La dulce mariposa nos deleitaba sin cesar
con sus sedosas alas y sus sutiles aleteos.
Tú y yo en aquella habitación al caer la noche
donde nuestra fantasía se volvía una realidad.
Nadia más existía ahí, solo nosotros y aquel tierno ser
revoloteando entre nosotros en aquella entrega mutua.
Era allí donde tus palabras se volvían débiles susurros
y tus grandes miedos se traducían en enormes caricias.
Ella siempre estuvo esperandonos escondida en aquellos rincones
y según iba transcurriendo el tiempo, aleteaba con mas fuerza
hasta que poco a poco se fue debilitando, dejando de revolotear
perdiendo su fulgor y viveza por tu triste y angustiosa ausencia.
Pobrecita, cada vez estaba mas decaída y triste,
ya no movía sus delicadas alitas para ti y para mi,
ya no anhelaba pasar cada noche entre nosotros,
ya sentíamos como sin quererlo perecía agónicamente.
Lo que habían sido sus múltiples alegres aleteos y contoneos
trazando una línea de vuelo perfecta entre nuestros besos,
no eran ahora mas que intentos frustrados de supervivencia
tratando de no chocar con toda esa frialdad que sentíamos.
Así que la tomé entre mis manos cuidando de no dañarla
llevándola a pasear conmigo una soleada tarde de marzo
por un campo floreciente y de naturaleza de colorido vivo
con ríos y montaña, y la melodía sosegante de las aves.
Desgraciadamente, no recuperó sus ganas de volar ya
ahora me doy cuenta de que la culpa solo es tuya y mía.
Fue cuando nuestros besos nos eran totalmente indiferentes
y cuando en nuestras miradas solo había un gélido sentimiento.
La dulce mariposa vivía entre nosotros,
sin darnos cuenta nos fue abandonando.
Dejó de aletear, perdió la alegría y su brillo,
ahora sé que nunca volverá, pero siempre la llevaré conmigo.