Para las que fueron mis amadas
e invité conmigo a caminar desnudos.
Para las que andaban conmigo junto al buey
persistiéndo en buscarle calor al ocaso.
Para las que cabalgaron vencedoras
por cada mañana que me dió mi sangre.
Las llevaré siempre a mi deshogar
que es donde albergo mis mejores memorias.
No sólo serán rostros ciertos
a los que yo impregnaba con mi olor a tabaco.
De ellas conservo un anillo de oro
que, invariablemente, en el tiempo se pudre.