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El Debut

Santiago Iguarín estaba sentado en la banca del equipo de fútbol Atlético Narciso,
nervioso por la duda de si debutaría, por vez primera, en primera división.
Sentado allí, rodeado y apretujado de compañeros que observaban el juego que llevaba apenas diez minutos, pensaba en la primera vez que había pateado un balón.
Su madre siempre le decía que había tenido dos partos aquel día en el que nació, primero nació él, y segundos después salió la pelota, y que desde entonces siempre le había llamado la atención aquella esfera blanca con pentágonos negros.
Pero él se acordaba de cuándo fue la verdadera vez, era pequeño pero tenía ya el don de la memoria, y por eso no ponía mucha atención a las fotos de cuando era un niño y tenía un balón cerca suyo, eso no valía, pensaba él, no se acordaba de ello.
Lo pateó en un receso en primaria, tal vez en segundo curso. El grupo del salón se reunió a jugar a algo, y de alguna parte salió la pelota.
Qué bonito, pensó él; ahora con diecinueve años y un nervio que podía hacer que pasara una mala mañana, puso su mente en marcha para generarse confianza.
Había ido escalando y empapándose, al principio sin notarlo, en lo que es el mundo del futbol.
Los sábados cancheros se convirtieron en sábados de juegos importantes, las semanas de escuela se combinaron con martes y jueves de entrenamiento, los entrenadores que apenas daban indicaciones se convirtieron en jefes exigentes que coordinaban con entusiasmo y trataban de que el equipo fuera mejor cada partido, llegaron las lesiones, las tarjetas, los reacomodos tácticos, los viajes y los enfrentamientos con compañeros de equipo.
Fue haciéndose, sin saberlo, de un prospecto de futbolista profesional.
Santiago sabía desde adolescente que la vida del futbolista no era fácil, aun llegando a primera división, aun yendo a Europa, aun siendo Messi. Como le había dicho un entrenador en secundaria: Cada partido es como tirar un dado, las caras pueden resultar: ganaste, perdiste, empataste, te lesionaste, te expulsaron, jugaste pésimo.
No es alentador pensar que en una mala jugada, tu vida en la cancha se acabó, sin garantías de volver y una vez allí sin garantías de quedarte.
No había manera de que alguien ajeno al fútbol entendiera a Santiago. Sus padres, hermanos, tíos, amigos y maestros siempre le dieron un consejo que es como un consejo universal en situaciones donde el aconsejador es ajeno al tema y no comprende muy bien la mente de su interlocutor: estudia. Sabio consejo.
Pero Santiago confiaba en su talento, sus entrenadores lo hacían, y todo mundo cercano a él confiaba y lo apoyaba, después de decirle que estudiara. Pero a él nunca le pasó por la cabeza terminar la preparatoria, ni entrar en la universidad y titularse para después trabajar, él tenía claro lo que quería hacer: quería jugar fútbol. Fue lo único que sus allegados no entendieron, para ellos no era tan importante la cancha como la escuela, pero incluso así lo apoyaron, y fue razón fundamental por la que pudo ir cumpliendo poco a poco sus metas: no se puede llegar a nada sin el apoyo de tu familia.
Y después de mucho esfuerzo y disciplina, a sus recién cumplidos diecinueve, Santiago fue visoreado por varios equipos de primera división y fue el Atlético Narciso quien le abrió las puertas a un sueño universal, un sueño tan grande como el mismo mundo y tal vez más allá: ser jugador profesional.
El contrato quedó en que jugaría dos años en el club, su sueldo era poco a comparación al de sus compañeros, pero para Santiago, él se sentía millonario. Su posición era extremo derecho (delantero, por si eres de los que le aconsejarían que estudie) aunque podía jugar en cualquier otra parte del medio campo hacia arriba.
Acabó el primer tiempo en empate a cero y todo mundo se retiró momentáneamente a los vestidores.
Dentro se sentó en una banca y veía a los titulares hablar entre ellos. Unos criticaban las malas decisiones del árbitro, otros hacían planes para ir a un bar terminando el juego.
El director técnico Álvaro Rodríguez apareció y se puso en medio para que todos lo oyesen. Dio indicaciones y opiniones acerca del juego, felicitó a Díaz y a Camargo por sus trabajos de recuperación de balones en media cancha, indicó a Ruiz que se lanzara más hacia el centro cuando salieran con balón dominado y le indicó al portero Grijalva que tuviera cuidado con el delantero rival pues lo veía inspirado. Al final dio a entender al equipo que el rival no era de su talla y que el juego era ganable.
Pasados los quince minutos del descanso, el equipo titular y la banca salieron a tomar su lugar. El pitido del árbitro reanudó el juego.
Existen en el fútbol muchas historias interesantes sobre cómo un jugador llega a entrar al césped profesional en un partido en el que no estaba contemplada su entrada.
Santiago observó un recorrido de Ruiz por la banda izquierda con el balón a sus pies después de un pase resultado de un tiro de esquina rival. Iba relativamente solo por la banda, seguramente pensando en cuál sería la mejor estrategia para que la jugada de contragolpe terminara en gol. Por el medio iba el centro delantero Iván Noriega, quien estaba atento al hipotético pase que podría darle Ruiz, y debía estar atento para no caer en fuera de lugar. Ruiz al poder llegar a linea de fondo dio un pase raso que atravesó el area grande para luego atravesar el área chica y dirigirse justo a la pierna derecha de Noriega, quien la saboreaba mientras se acercaba. Pero no contó con una barrida implacable que el defensa rival hizo en un movimiento suicida, en el que se jugó el físico y tal vez más. Noriega pateó al aire con todas sus fuerzas pues la bola nunca le llegó, ésta ya se dirigía fuera del campo para un saque de manos ocasionado por la gran barrida del defensa. Pero Noriega, para asombro del público allí presente, para el televisivo, para la banca, para el árbitro y para todo el mundo, se había dislocado la pierna. Yacía en el suelo, tomado de la pierna y profiriendo gritos de dolor. El árbitro paró el partido y sin perder más tiempo indicó a los médicos del equipo que entraran a atender al jugador.
A Santiago se le había revuelto el estómago al observar el movimiento que el doctor le hacía a la pierna de Noriega, pues parecía que estaba flácida de una manera grotesca. Pero gracias al doctor, pareció que había restablecido la conexión entre los huesos, Noriega dejó de gritar y comenzó a pedir agua más tranquilo. Minutos más tarde el cuerpo técnico salió de la cancha llevando al jugador lesionado en el famoso carrito de las desgracias, y salieron por un portón destinado a ese tipo de situaciones.
Santiago estaba tan embobado con las imágenes en su mente que ignoró las primeras llamadas de su técnico.
-¡Santiago, carajo! –le espetó, y volteó por fin a verlo.
Le indicó que calentara por que iba a entrar.
En su confusión con lo anterior y lo presente, hizo un gesto teatral y cursi con su mano en su pecho diciendo ¿yo?
Sus compañeros de alado rieron al notar su impresión con el asunto de debutar.
-¡APURATE CABRÓN!
Santiago salió disparado a lado de la zona de banca para comenzar el calentamiento improvisado, obligatorio y fugaz.
El auxiliar encargado de los ejercicios de estiramiento y demás lo puso a correr en pequeños tramos a una velocidad máxima, pero fue poco tiempo, lo detuvo diciendo que terminara dentro de la cancha.
Se quitó la casaca color verde fuerte que lo resaltaba como jugador no titular. Mientras, el director técnico le orientaba en cosas tácticas, técnicas, consejos de movimientos dentro del área, el giro que tenía que hacer para que el defensa no le quitara la bola y demás cosas que parecían rutina pero que nunca lo son, pero que para ese momento solo podían ser un tipo de cosas: cosas totalmente inútiles, pues Santiago no podía creer que debutaría en cuestión de segundos, ni siquiera a la explosión del sol pondría atención.
Se acercó al cuarto árbitro y éste vio el número que portaba a su espalda, manipuló enseguida el cartel luminoso que indicaba en leds color rojo el número de Noriega (9) y en verde el de Santiago (58).
Ese instante era mágico para Santiago, para él sería Mágico, con mayúscula, como una palabra importante que no puede ir de otra forma pues el sentimiento que genera es Extraordinario. Impresionante. Único.
Sabía que las personas más importantes en su vida lo miraban desde la televisión, y que lo miraban Mágicamente, con un sentimiento tremendo que podía derribar muros.
El camino más difícil empezaría ya.
El árbitro le permitió la entrada, y Santiago lanzó el dado.















Jaquez14 de septiembre de 2015

2 Recomendaciones

2 Comentarios

  • Sandor

    Excelente texto sobre un deporte que sigue todo el mundo, pero poca literatura se ha escrito, salvo contadisimas excepciones, si bien es cierto que ha habido y hay periodistas deportivas que describen las "verdades del balón". El último gran poema que he leído sobre fútbol es del poeta granadino Luis García Montero "Tardes de domingo". Un exquisito poema(puedes encontralo en la red) de un conocedor desde niño del fútbol , al que lo llevaba su abuelo.
    Me ha gustado este escrito, que no es común y al que doy la bienvenida.
    Sobre fútbol tengo escritosaquí algunos poemas: "Abuelo, fútbol y geometría"; "Pensaba un poema...a Argentina"; vísperas del partido Holanda-Argentina" y "Un hombro argentino que se va".
    Por cierto, en el Real OVIEDO, el equipo de mi ciudad, hoy en segunda división, pero militó hasta el 2002 en primera división, tuvo un gran jugador vasco, llamado "Iguarán".
    Saludos.
    Carlos

    14/09/15 12:09

  • Indigo

    Acertada historia sobre el fúbol, que me ubicó hace unos años cuando lo practiqué con pasión, destreza y dedicación, y por lo tanto, al leerte hoy me fue grato la manera magnífica de narrarlo, como si lo estuviera viendo desde las gradas.

    Saludos.

    15/09/15 03:09

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