Él vestía traje con camisa blanca y zapatos negros. La lluvia arreciaba y su destino era largo.
Pedir un taxi o tomar un autobús sería perder el tiempo. Debía llegar allá cuanto antes, aun empapado.
Ella caminaba y listo. Llevaba un paraguas color azul oscuro y se dirigía a casa. No se percataba de lo que a su alrededor acontecía, pero eso era típico en ella.
Con los calcetines muy húmedos cruzó el puente que lo llevó al parque que lo llevó a la plaza que lo llevó al supermercado que por fin lo puso en el tramo que lo separaba de su destino.
Paralizado la vio andar, o la vio andar paralizado, o su andar lo paralizó.
Qué lujo, se dijo a sí mismo una vez pasada la crisis, que algunas personas nunca cambian.
Fue hacia ella y la abordó lo más cordialmente posible para alguien que vestía tan elegante y a la vez tan impresentable.
-Soy yo le dijo.
Ella lo observó, apenas regresaba de su propio mundo en el que ignoraba ese por donde caminaba.
-Tú eres...
Él asintió y poco a poco la escena se volvía a incorporar al universo.
-Tenemos pendientes muchas cosas -dijo ella.
La tomó de la mano y siguieron caminando.