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Cara O Ceca 11 de julio de 2013
por javieroscar
En el instante que Clara golpea violentamente el despertador, Laura oye el pitido agudo que emana la pava producido por la presión del agua en ebullición.
Son las oscuras horas que anteceden al alba, Clara se incorpora en la cama desganadamente, se toma la cabeza con ambas manos tratando de soportar el terrible dolor que sufre sobre sus sienes y hurga en su memoria para recordar la cantidad de pastillas que ingirió en la noche para poder conciliar el sueño. Laura ya vestida y reconfortada por una gran taza de mate cocido, se encamina a la habitación, despierta a los niños, los abriga y alimenta con pan y leche tibia. A simple vista los niños parecen criaturas abandonadas, sucias y desprotegidas. Le avergüenza muchísimo salir con ese aspecto a la calle, pero esta obligada a reflejar esa imagen andrajosa para atraer la mirada incrédula y mezquina de la sociedad.
Clara ingresa al subte absorta, se sienta, apoya la cabeza contra el vidrio y recorre cada una de las estaciones de la línea B cavilando sobre sus problemas psíquicos, y sobre la continuación o no del tratamiento con el analista. Odia su vida, su pasado, su trabajo. Del futuro ni siquiera reniega ya que observa un itinerario poco prometedor. No obstante, todas las mañanas se sumerge en el interior de la tierra para dirigirse a su gélida oficina. Laura mira junto a sus hijos los graffitis y murales por la ventanilla del tren, agradecida, no sabe a quien, pero si esta segura porque. Una vez mas logro evitar el ridículo y la amonestación por haber tomado el tren sin abonar el pasaje. Obviamente nunca paga, no puede pagar. Ella no es conciente que mientras Roberto trabaje nunca le exigirán el insignificante papelito. Todas las mañanas el guarda, uno de sus ángeles, evita pasar cerca de ella, no por escozor, sino por compasión y caridad.
Clara se reencuentra con el sol, afila la mirada, entorna fuertemente sus parpados. Son cerca de las ocho de la mañana y Buenos Aires bulle. Comienza a desandar lentamente el trayecto que la depositara en la oficina, camina por Alem queriendo nunca llegar, roza la plaza sin poder disfrutar del verde jardín, el piar de los aves y el claro amanecer. Está próxima a Viamonte y al desconsuelo. Muy cansada Laura comienza a andar hacia Plaza Roma, los minutos transcurren y le pesan, se desliza sobre un acantilado al borde de un abismo de tristeza, desea de una vez por todas llegar a su cajita de cristal. Su recorrido fue mucho más extenso que el de Clara. Debió caminar, luego subir al tren, caminar, descender al subterráneo y nuevamente caminar. El último trayecto lo inició en estación Lavalle.
Clara y Laura fueron vomitadas desde el interior de la tierra con escasos minutos de diferencia. Se encontraron sin encontrarse, en la esquina de Alem y Tucumán. Clara con la palma de la mano derecha hacia abajo tratando de expulsar toda la tristeza y desolación en esa moneda. Laura con la palma de la mano derecha hacia arriba recogiendo las austeras migajas para alimentar su vientre y el alma, alma con la necesidad imperiosa de cicatrizar por lo menos alguna herida.


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