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En Bambalinas

- Juan, Juan. Junto a aquellas palabras dos toquecitos en el hombro izquierdo bastaron para que el niño despierte, descubra el alba y se regocije ante el bello amanecer. Un nuevo día asoma su nariz, espía y espera ansioso la presentación de Ana y Javier. El tintinear latoso provocado por baldes y bebederos abriga cualquier intento de musicalizacion estival de cotorras y jilgueros. Paradójicamente el día se inicia en el preciso instante en que el roció comienza su fuga. Cada cual sabe que tarea debe realizar. El domador alimentar a su reo, el clown asear sus vestiduras, lustrar sus botas, rasurar prolijamente la sombra gris de su rostro y tal vez en la tarde maquillar la tristeza con una roja y jocosa sonrisa; Javier realizar los rutinarios tramites municipales, como cada vez que encallan en alguna nueva ciudad, los animales alimentarse y defecar; y Ana preparar junto al resto de las mujeres el menesteroso desayuno para toda la guarnición, aunque Juan aun no lo sepa.
Infames pesadillas sobrevuelan cada noche la casilla de Ana y Javier, rozando levemente al niño sin lograr dañarlo. Sus padres no corren la misma suerte, ellos ganan día tras día nuevas marcas de angustia que surcan sus rotros. Hilvananse bajo sus almohadas problemáticas de múltiples matices, entre ellas la añeja y raída carpa, la escasez de espectadores, la mala vida de sus animales, la falta de dinero y el hambre. Les preocupa de sobremanera la educación y el futuro de su hijo. No desean, aun violando la tradición familiar, que él conviva con fieras, bailarinas y payasos por el resto de sus días. Creen haber saldado ya esa deuda con el diablo. Dichas zozobras interfieren descaradamente bajo la incansable vigilia lunar, aunque Juan aun no lo sepa.
Han transcurrido las horas y el sol de la tarde se ensaña con el campamento, la alta temperatura aplaca a las bestias pero altera el ánimo de los viandantes. Gritos e insultos se atropellan detrás de los camiones prestos a los preparativos que anteceden al espectáculo. Los minutos se desmoronan en su descreimiento y la suave brisa del verano se obstina en desvanecer la tenue llama que mantiene viva la esperanza del gueto. Tímidamente el crepúsculo se asoma en lo alto, baña con su sombra a los impacientes espectadores, obliga a las colgantes lamparillas lucir sus mejores galas y autoriza una vez más el inicio de la función. El desconsuelo de la tarde emigra hacia el infinito o se escabulle detrás de algún disfraz, repetidas escenas se suceden en el atril, nuevos aplausos inundan las gradas, y aunque Juan aun no lo sepa, su inocente sonrisa, allí en bambalinas, produce el estallido de un amor inenarrable en el corazón de sus dos grandes héroes; en el alma de Ana y de Javier.


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Javieroscar09 de agosto de 2013

2 Comentarios

  • Villarey

    Me ha gustado.

    09/09/13 02:09

  • Javieroscar

    Gracoas por tu tiempo, por detenerte en estas lineas.

    Saludos.

    09/09/13 11:09

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