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Anillo

Se percató del lago segundos antes de adentrarse en él. Observó un momento a su alrededor y tardó un minuto en reconocer qué parte de la ciudad era esa. Soltó un suspiro, el enésimo de esa triste noche, y bordeó la laguna hasta encontrar un banco en el cual se derrumbó. En la mano izquierda llevaba un diminuto cofre negro que contenía el anillo que le habían rechazado. No creía posible que horas atrás ella se hubiese negado a ser su esposa. Sentía como si ese episodio perteneciera a otra vida totalmente diferente. Y es que de hecho lo era. Sin imaginarlo siquiera, ese “No” letal había supuesto el fin de una vida y el inicio de otra, una tan oscura y vacía como el lago que miraba sin ver. Era demasiado pequeño, tanto que podría considerarse un charco enorme. Sin embargo tenía bastante profundidad. La luz de la luna permitía ver con claridad la otra orilla, justo enfrente del banco en el que Phillipe estaba sentado. Había allí un farol que alumbraba tenuemente. Ni su vida tenía tanta luz, pensó Phillipe. Pasó de albergar el resplandor de mil soles a contener una sola oscuridad espesa y tenebrosa. El asiento que ocupaba tenía sus ocupantes a diario. El lago a decenas de animales que vivían por él. El farol a su luz delicada. Pero él, ¿qué tenía? Ni siquiera la oscuridad que ahora se cernía sobre su vida era suya. Él era presa de esta. Alzó el cofre para verlo detenidamente, intentando descubrir la belleza que antes le había notado. Pero ya no poseía hermosura alguna. Estaba desprovisto de magia, de encanto. Se asemejaba ahora a una reliquia maldita que calcinaba sus manos, su alma. Con esfuerzo sobrehumano lo abrió y contempló el anillo por última vez. Cerró la tapa de madera y cerrando los ojos, arrojó el cofre al lago.



No sabía con certeza si aquella quietud la aliviaba o inquietaba. Ni siquiera el lago al que se aproximaba producía sonido alguno. Era como si todo aquello que la rodeaba callara para respetar su pena. Caminando despacio alcanzó el farol que iluminaba el límite del agua negra. Casi sin darse cuenta, se aferró al poste y rogó que su luz calentase su congelado corazón. Estuvo así por tiempo indefinido, meditando sobre el agua, su vida, sus pies, su hombre. Su acompañante… Aquél que alteraba su vida con una palabra y la estremecía con una caricia. Él, que sabía cómo encontrar sus sonrisas sinceras. Él, ese hombre que optó por darle prioridad a su carrera, a su éxito profesional. El mismo que en ese momento estaría dejando la ciudad para encontrarse con un futuro de más dinero y poder. ¿Lo amaba? No, eso estaba claro. Pero entonces, ¿por qué tanto dolor en su alma? ¿Por qué un vacío tan profundo en el centro mismo de su ser? Porque él había conseguido ocultar cosas de su vida, partes esenciales de su existencia. La había transformado en un ser que no era ella, y se iba ahora sin más, dejándola con el martirio de una parte suya escondida quién sabe dónde. Se quitó los zapatos, sin saber por qué. Y avanzó hacia el lago, confiando en que sus lágrimas se fundieran con el agua para que sintiera con ella su dolor. Al mojarse, sus sentidos se activaron potencialmente, su cerebro aceleró el funcionamiento al máximo y en un abrir y cerrar de ojos había decidido internarse más. Sí, lavaría su cuerpo, su alma, y así se quitaría la suciedad que ocultaba retazos de su esencia. O se quedaría escondida en el fondo del agua, para siempre. Cuando ya estaba empapada hasta el pecho, su mano derecha dio con un objeto duro. Lo tomó y examinó con cuidado. Era una cajita de madera negra. Al abrirla, un destello de un anillo plateado se clavó en sus ojos. Maravillada, se quedó observándolo largo rato. Entonces, presintiendo algo, alzó lentamente la cabeza, en dirección a la orilla opuesta. Si esto fuese una historia romántica, se diría que ella vio a Phillipe. Que él se lanzó al lago para ayudarla y llevarla a lugar seguro. Que se enamoraron y vivieron de por vida. Pero no. El destino no acostumbra a obsequiarnos con momentos mágicos. Clarisse solamente vio una banca de madera desvencijada que rezumaba una soledad terrible.

Cabe mencionar que Clarisse volvió a la orilla. Se puso sus zapatos. Temblando de frío, observó una vez más ese banco frente a ella, en el otro costado. Luego se volvió, pero antes de emprender el regreso a casa, se puso el anillo. Le quedó perfecto.

Phillipe durmió esa noche, y mucho mejor de lo que esperaba. Arrojar el cofre al agua lo había liberado de mil maneras distintas. Y Clarisse…ella sintió que se comprometía con alguien en el mundo. Que sin saberlo, un hombre le pertenecía, y ella a él. Se enamoró del hombre que dejó un anillo salvador en el lago. Vivió sola toda su vida, pero feliz, consciente de que en algún otro mundo, en otra vida, se encontraría con su amado.

Ocho años después de tal suceso, Clarisse y Philippe se tropezaron en un tren. En un movimiento brusco, ella terminó golpeándolo con los brazos. Se disculpó, y él respondió amablemente. Hablaron todo el trayecto, sonrientes y agradables. Cuando le llegó el momento de bajarse, Clarisse le tendió una mano, la misma en la que llevaba el anillo. Phillipe la estrechó con delicadeza y dijo adiós. Al salir del vagón, Clarisse se ajustó el abrigo y la bufanda. El invierno era inclemente. Que suerte que antes de dejar su casa recordó ponerse los guantes, pensó.
Jefvolkjten30 de mayo de 2012

3 Comentarios

  • Creatividad

    Muy buen relato, era un poco largo para leerlo detenidamente pero cuando llege al final me encanto. Muy bien Hecho. Eres muy bueno. Saludos y bienvenido

    01/06/12 04:06

  • Jefvolkjten

    Hola, muchísimas gracias por leerlo, por tomarte el tiempo para hacerlo, y más aún, por dejar tu opinión. Sí, por lo general mis relatos son demasiado largos, eso supone un problema para quienes quieren algo rápido, pero bueno, por ello aprecio mucho más tu tiempo y lectura. Saludos para ti, muchas gracias!

    01/06/12 04:06

  • Mary

    Me encantó este relato, la historia es muy bonita y emotiva. Me dio mucha pena el final, pero así es la vida, casualidades.
    Escribes muy bien!

    Saludos.

    10/07/12 12:07

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