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Con Las Luces de Juana

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¿Dónde está Juana? - preguntó su hermana nada más llegar al hospital.
Subió los 5 pisos por las escaleras que la llevaban al área de psiquiatría. Subía con una calma apresurada, queriendo llegar lo antes posible pero con la duda de al llegar lo que pudiera encontrarse. Manteniendo una compostura firme y fresca como si no le afectara el esfuerzo ni el abrigo y la bufanda que llevaba puesto para combatir ese frío matinal. preguntandose por qué solo ve a trabajadores del hospital usando las escaleras, adelantando a médicos y enfermeros escalón a escalón, quizás los pacientes estén enfermos para subir a pie, quizás
Benita dejó de subir porque ya no había más escaleras que subir, llegó al quinto y último nivel del edificio y desde el hall del piso caminó manteniendo el paso ligero y la cabeza alta como un perro que olfatea su presa, hacia el enfermero detrás del ordenador que ya estaba de pie nada más asomarse la mujer por las escaleras y preguntó por Juana mientras curvaba su ruta hacia las grandes puertas a la izquierda del mostrador pasando directa por delante de la mesa sin detenerse como intuyendo hacia donde se encontraba su hermana.
Le señalaron hacia el pasillo largo, las puertas que lo conectaban con la sala de recepción estaban abiertas de par en par y se podían ver las puertas al lado derecho del pasillo, todas cerradas con el pomo metálico brillando al reflejo de los rayos de sol que comenzaban a calentar el amanecer y entraban directamente desde las ventanas del lado opuesto al pasillo. Una ventana por puerta, justo enfrente de cada una para permitir la luz entrar al pasillo y a la habitación tras la ventanilla de la puerta. En los hospitales no hay adornos, ni nada que no sea funcional, solo se permite disfrutar del brillo de la luz en las paredes blancas y los reflejos de los cristales de las ventanas.
Tampoco se detuvo a escuchar la respuesta, así que se paró 2 segundos puerta por puerta observando a través de la pequeña ventana para buscar a su hermana. Trás varios fiascos y más de 10 habitaciones se percata de que la puerta de emergencia del final del pasillo está abierta y da a una terraza al aire libre y en seguida se dirige a ella saltándose la búsqueda en las últimas habitaciones.

Benita conoce a Juana, sabe que siempre que haya una opción de estar fuera de 4 paredes la va a tomar y sobre todo sabe que desde pequeña Juana necesita 2 momentos al día para salir al aire libre, cuando el sol se alza y cuando el sol se pone. No tiene una preferencia sobre ninguno. En esos momentos es cuando sale a la calle, prefiere caminar en paseos, parque o bulevares, donde puede ver muchas farolas y donde puede ver los edificios en perspectiva. Su fetiche es ver los colores del día anaranjandose y las luces de las farolas hacer clic. Es en ese momento en el que se despierta todo su imaginario e inspiración en esa fusión de las luces naturales y las artificiales cuando todas las dicotomías se dan la mano por un corto instante, las fronteras se emborronan y la cuenta recomienza. Allí siente que nada pesa, que los pensamientos son ligeros y abstractos como los sueños, que se pueden dejar pasar de largo porque van a bañarse más allá del conocimiento humano y en ese instante de vacío puede respirar más profundo que nunca y todo en la vida se la suda por unos minutos, hasta que se resuelvan las posiciones de cada una de todos los brillos del aire que se revolotean para buscar su nuevo sitio chocando e implosionando, acomodándose en los cristales de las tiendas y huyendo cuando se baja la persiana o del capó del coche cuando se enciende, es el ojo del huracán entre la agobiante tranquilidad de la noche y la agobiante necesidad de vivir el día.

Allí, respirando profundo y fumando un cigarro está Juana de espaldas al hospital sentada en un banco del quinto piso con ruidos lejanos de coches y sirenas, mirando los largos edificios de la ciudad, juzgando lo esbelto de las antenas de los tejados o quizás con la mirada abandonada encallada en el edificio más triste y melancólico del barrio.
Le llamo triste porque era oscuro, sin balcones ni formas geométricas que distraigan el plano relieve, y sus ventanas alargadas hasta los pies con marco negro daban la impresión de ojos sollozos manchadas con el rimel, ni siquiera las cuerdas de colgar ropa estaban vestidas con algún tono llamativo o alguna prenda íntima erótica que despierte la imaginación. Seguro que eran personas amargadas.
Hola Juana! ¿Qué miras? - preguntó Benita, bajando el ritmo de sus pasos al acercarse y con un rostro menos apurado al encontrarla y ver que estaba bien.
Juana estaba intentando comprender porque ese edificio, el cual sus ojos miraban pero ella ya no observaba, le parecía melancólico, que era lo que arrojaba aquella imagen que la cautivaba cuando lo veía. Intuyó que eso no sucedía en edificios que tenían todas sus luces apagadas o con todas ellas encendidas. Eran las disparidades de las luces alumbrando las habitaciones con una secuencia azarosa lo que despertaba la imaginación. De una forma desordenada algunas ventanas tenían vida y otras no, e incluso diferentes intensidades de vida, en un edificio gigante que contenía muchas personas, muchas historias. Dando la impresión de que a pesar de estar todos contenidos en una misma estructura, con pisos prácticamente idénticos, tan cerca unos de otros, cada uno tiene una vida propia, completamente ajena y posiblemente antagónica a la de sus vecinos.
Me alegro que estés bien… ¿Qué ha pasado esta vez? - Preguntó pausadamente su hermana, después de varios minutos de reflexionar sobre lo dicho mirando el triste y melancólico edificio de enfrente. Su vida era una mierda, pero consideraba que la vida de las personas que la rodeaban eran peores y eso no sacia pero no da para quejarse, pensaba ella.
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Jianon21 de diciembre de 2023

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