Llegada Eterna
21 de junio de 2015
por johnnyhoyer
Vívidamente seguía embistiendo el corazón de Estela aquella preocupación nerviosa que había nacido en forma de corazonada, en la víspera; aunque no lo suficientemente aterradora como para evitar que estallara el ritual siempre animoso de un baño y acicalamiento precisos, certeros, que se dispuso a tomar esa mañana nítida en la que esperaría a su Amor, que venia de lejos.
Adornada en suave perfume de almendras, dirigió la mirada a través de la ventana de su recamara hacia el camino que traía a la casa antaña pero lujosa que habitaba. Un aire espeso revoloteaba por entre las flores del jardín, y el cielo parecía entristecer con cada canto ahogado de las aves, que anidaban prematuramente para que se abriera la soledad y campeara en toda la zona.
¡No quiero que llueva! le reclamó mentalmente al destino.
Entretanto, su madre y hermana habían dejado el caserón para asistir a una tertulia aburrida de sociedad, desamparando su ánimo y enmudeciendo un tanto más su temple taciturno, sin razón aparente. Las horas se inyectaban en los pensamientos de Estela como un veneno hostil que se lleva el aliento imperceptiblemente, y sabiéndose sola y melancólica, desesperó a tal punto de gritar en silencio el nombre de quien la había hecho esperar en tan pavorosa ansiedad:
Rodrigo, ¿eres tú?
Y abriendo la puerta principal de la casa, palideció al ver la tez penumbrosa del alguacil del lugar.
- Ha habido un accidente terrible en las afueras de la ciudad. Uno de los fallecidos llevaba junto a su documentación, ésta dirección y una fotografía suya. Lo siento.
La mueca fúnebre que desgarró el rostro de Estela habría espantado a la muerte misma, y el sentimiento opresor en su pecho y sienes, terminó por desplomarla en el suelo de lajas del amplio corredor.
¿Cómo se llamaba ese lugar a donde iban a parar los sentimientos fieros que atestan el alma de quien ama a quien acaba de morir?
El desmayo de su espíritu no permitió que Estela se volviese a conectar con el mundo que la rodeaba. Ella también había muerto con las palabras toscas que escuchó decir al hombre que entregaba desgracias, y todo cuanto existía para ella era esa fotografía suya que al reverso, escrito a mano, decía: "Siempre serás tú".
Transcurrieron los años y los astros y jamás hubo medico alguno que revirtiera su mutismo inducido; ya la vida no volvería a ser la misma para ella y realmente poco le importaba. Todo cuanto se le escuchaba murmurar a esa alma muerta que no terminaba de irse, por las tardes, frente a su ventana, era:
¡No quiero que llueva!
Johnny Hoyer.
3 Recomendaciones
Daga1917 lecturas, 16 comentarios
Huellas1438 lecturas, 9 comentarios
Tu precioso texto está impregnado de nostálgica lluvia.
Siempre me han calado los textos de lluvia ...
Por cierto, me alegra volver a verte por aquí después de tanto tiempo.
Un abrazo grande!