La vida, tal como la conocemos, transcurre bajo la incertidumbre de lo que sucederá después de ella. Bajo preguntas inconmensurables que le buscan el sentido, la razón de ser. Y mientras el taladro de la incógnita averigua si su devenir está siendo construido o es la reproducción de algo escrito –Agenda de Dios- comúnmente llamado destino. Aunque a su vez conservamos, como niños desprotegidos, esa inocencia necesaria de decir hasta mañana.
La religión no responde más que a eso. La moral y la ética solo intentan que no desbarranquemos ante la certeza personal de que nada existe más allá del último sueño. El inconsciente se satura de proyectos (y préstamos) a corto, mediano y largo plazo que se interponen entre el hoy y el nunca más.
Y no derrapamos, creemos. Así el devenir cotidiano cae en esta especie de fordismo social: esa misma automatización que lastima, ¿Quién sabe si la cuenta regresiva llegó… y este es mi post de despedida?
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