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Mi Experiancia Personal: Bullying y Marginación Social

Introducción:

Me gustaría explicar mi experiencia, mi adolescencia. Todo lo que sentí. Con este texto pretendo explicar de una forma muy resumida lo mal que lo pasé en el instituto. El rechazo de mis compañeros, todas las putadas que me hicieron, lo mal que me hicieron sentir y un largo etcétera. Mi intención es poder ayudar, aunque solo sea un poquito, a un/a adolescente que no lo esté pasando bien en el instituto y que se pueda identificar con mi texto. Explico cosas bastante duras aunque la única finalidad es poder dar un poquito de esperanza a quien lo esté pasando mal. Y porque no, concienciar a los demás, para que se pongan en mí lugar y entiendan que hay gente que lo llega a pasar muy mal por determinados actos que uno hace.

Historia:
Conocí a mí mejor amigo de la infancia cuando tenía tres años, en la guardería. Desde ahí, siempre fuimos muy buenos amigos. Prácticamente inseparables.
Estuvimos toda la primaria juntos (desde los tres hasta los once años). Entonces, yo me llevaba bien con prácticamente toda mí clase. Bueno, siempre hay con quien te llevas mejor y con quien te llevas peor, pero en general, era feliz y todos éramos buenos amigos.
Cuando terminé la primaria, tocó ir a secundaria, la E.S.O.
En mí pueblo, hay tres institutos públicos. Claro, al terminar la primaria, tuvimos que elegir uno de los tres. Muchos de mis compañeros se fueron a uno. Otros a otro, y otros tantos, al restante.
En el mismo que yo, también vino mí mejor amigo. Sí.
Ese año, en mí instituto habían 5 grupos que empezaban primero de la ESO. Yo tuve la suerte de poder estar en la misma clase que mi mejor amigo, aunque no conocíamos a casi nadie de nuestros veintiocho compañeros.
Siempre íbamos juntos, en el recreo (“l’hora del pati, en Catalán”), en la clase siempre nos sentábamos juntos, en la clase de gimnasia siempre éramos pareja, etc.
Con los demás compañeros…, bueno, la verdad es que no nos relacionábamos demasiado con nuestros compañeros de clase y aunque en aquel entonces no nos preocupaba mucho, más adelante empecé a sufrir las consecuencias.
En la clase, cosa normal en la mayoría de ellas, había los típicos que pasan de todo y que solo se dedican a molestar los demás para ellos sentirse bien. Yo, no recuerdo ni quiero recordar cómo fue ni cómo empezó, pero de ese grupito, había uno más gamberro que me vio como una presa “fácil” y siempre me molestaba. No había día en que no lo hiciera. ¿Qué me hacía? Pues desde el simple hecho de quitarme cualquier tipo de material de clase, desde empujarme para que me cayera y me hiciera daño, insultarme, hacerme quedar en ridículo delante de los demás para él poderse hacer “el popular” y muchísimas cosas más, tantas, que no acabaría nunca de contarlas.
A mí nunca me habían hecho tal cosa antes, por lo que cada vez que me hacía algo, muchas veces llegaba al borde de llorar y algunas veces lo hice. Yo, lo único que podía hacer contra ello era ir a la profesora y decirle que me había hecho eso, lo otro… No sé cuantas veces fui, pero fui tantas… Claro, yo pensaba que hiendo a la profesora y diciéndoselo, esa tortura diaria se acabaría, pero… no me daba cuenta que haciendo esto, solo alimentaba sus ganas de hacerme más putadas y de hacerme sentir más mal. (Habría sido mejor pasar de él o tal vez encararme para bajarle los humos, pero… literalmente –pudo con migo-). Por otra parte, muchos compañeros sabían qué ese niño no me trataba bien, pero que yo sepa y que yo recuerde, NADIE HIZO NUNCA NADA PARA AYUDARME, simplemente se dedicaban a decir cosas como “pobrecito” o “que pena me da”.
A parte de todo esto, en esa edad, la de 12-13 años es cuando la mayoría de los adolescentes empiezan a ver cambios en su cuerpo y claro, los niños empiezan a “arreglarse para estar guapos” y esas cosas. También empiezan las comparativas de que si tú eres más guapo o más feo, que si yo soy más... qué tú.
Yo, aparte de ser tímido, no era de los niños más guapos del instituto. Claro, ya por la mitad o más de primero de E.S.O. empezaban algunas personas a llamarme “feo” –literalmente.
Esto, hizo que pasara de nunca haberme preocupado de mí imagen personal (por mí edad) a directamente mirarme a un espejo y pensar: ¡Es verdad, qué feo soy!, ¡Qué horrible soy!.
Cada vez más (en primero y segundo) empecé a oír más comentarios, cada vez más frecuentemente, más de lo mismo. Yo veía los otros chicos y sí, eran atractivos, pero yo… no me veía para nada atractivo, en ningún aspecto. ¡Acabé creyéndome todas las cosas malas que decían de mí!
Incluso una chica me rechazó y me dijo que no le gustaba nada de nada. Y por si fuera poco, ya se sabe que si dices que te gusta alguien, rápidamente la noticia corre por todos los lados, y eso pasó. Sus amigas y amigos sabían que a mí me gustaba esa chica (y ella también lo sabía), pero nadie me dijo “vas a perder el tiempo”, si no, que solo querían que se lo contara para ver como ella rechazaba a “el feo” y de paso reírse de mí (en ese momento no caí en ello, pero solo querían divertirse conmigo y jugar con mis sentimientos).
Todo esto, sumado con mí compañero que me hacía la vida imposible, pues la verdad me sentí extraño y al mismo tiempo sin ánimos. No tenía demasiados “amigos” en mí clase, pero tenía los suficientes para no sentirme solo.
A pesar de todo esto, primero y segundo no fueron los peores años de los cuatro.

En tercero y cuarto de la E.S.O….; no es fácil hablar de esa época.
En mí instituto, en tercero hay un cambio radical y te cambian de compañeros. En mi caso, prácticamente todos mis compañeros con los que me tocó ir eran nuevos, desconocidos para mí. Mi mejor amigo, sí, con el que estuve 11 años de mi vida junto a él en todas las clases, ya no estaba allí. Nos tocó ir a una clase diferente.
Recuerdo que el primer día de clase de 3º, al llegar a clase todo el mundo se sentó con algún compañero o con alguien conocido. Quien yo conocía, ya tenía pareja para sentarse en la mesa, aunque si no hubieran tenido con quien sentarse, dudo que lo hubieran hecho conmigo. Entonces, me tuve que sentar solo.
En clase, seguí estando solo. Al cabo de pocos días, vino un nuevo compañero en clase. Éste, se sentó en el único lugar libre de la clase, a mí lado. Él no era español, sí, tenía la piel oscura pero hablaba catalán y castellano mejor que muchas personas. Él tampoco hizo muchas amistades. No era mal compañero, pero pasaba bastante de estudiar y nunca aprobó nada. A pesar de eso, desde aquel entonces, yo ya no estaba condenado a tener que sentarme solo durante todo el curso.
El curso seguía y cada día iba sintiéndome más y más solo. Eh! Al principio no todos mis compañeros me conocían, no todo el mundo hablaba con migo pero habían compañeros que sí que lo hacían. Por supuesto, yo intentaba ser buena persona con los demás, ser amable, si me pedían alguna cosa intentaba hacer lo posible para ayudar, etc. Al principio me veían como una persona normal y corriente. Aunque poco a poco muchos empezaron a ver “quien iba con quien” y quien iba con más gente o menos gente. Como yo era bastante tímido y como vieron que no me relacionaba con mucha gente, poco a poco empezaron a hablarme menos hasta que llegué a pasar desapercibido por la mayoría de la gente. Entonces, empecé a pensar que era “el marginado de la clase”. No solo lo pensaba yo, sino que ya empezaba a ser una realidad y como yo estaba sentado y me relacionaba alrededor de compañeros que tampoco eran “muy socialmente aceptados” pues acabó siendo una realidad.
Ahora, mientras estoy escribiendo este texto, me viene en mente que tal vez todo lo que he escrito hasta ahora se podría haber prevenido. –No lo sé-. Seguramente que sí, aunque al tener solo catorce años aún no entendía muchas cosas y en muchos casos no sabía qué hacer.
Yo veía que todo el mundo era feliz (al menos lo parecía) porqué reía con sus compañeros, todo el mundo tenía con quien hablar de sus cosas, no se aburrían. Yo tampoco quería aburrirme solo e iba con mis compañeros, en ratos muertos entre clases, horas de clase sin profesor, en la hora del recreo, etc, pero cuando iba con ellos me decían cosas como: “¿Qué haces tú aquí?, ¡Vete a otro sitio! ¿Por qué estas con nosotros? y otras muchas más cosas desagradables. ¡Nadie quería estar o hacer algo con migo! Si hubiera asesinado a alguien habría entendido esa situación que se repetía a diario, pero… ¡¡¡yo no había hecho nada a nadie!!!
Esto no era lo único. Poco a poco empezaron a meterse más con migo hasta llegar al punto de llamarme por mí nombre para que me dirigiera hacia quien me llamó y me insultara o me hiciera preguntas tipo “¿Tú te haces pajas? Ah no… qué tú no sabes lo qué es esto” y más cosas así para empezar a crear historias inventadas sobre mí y quedar bien delante de los demás y poder decir: mira ese marginado tonto nos reímos de ti delante de tu cara. Tenía y sigo teniendo claro que lo hacían simplemente para “quedar bien” delante de los demás.
Todo esto me destrozaba psíquicamente a más no poder. Cada vez que un compañero se reía de mí, me insultaba o me rechazaba me hacía mucho daño. La mayoría de los días llegaba a casa hecho polvo. Normalmente los alumnos no quieren ir al colegio porque no les gusta estudiar. Yo no quería ir porque tenía miedo, tenía pánico a que algún compañero me digiera algún comentario que me podía herir. Cada día era una lotería, una lotería muy fácil de que te tocara.
Pero aún había más. Había la tortura que empezó ya en primero de la ESO y que para mí era lo peor. Que se rieran de mí, mira…, me dolía muchísimo pero era poco comparado con lo que también me llamaban y además lo hacían bastante a menudo, no solo los compañeros de mí clase, sino otras clases y hasta otros cursos también. Me decían: ¡Qué feo que eres! Fue sin duda la palabra que más escuché en cuatro años, feo. Al sentir esta palabra, me hundía en un pozo y en ese pozo cogía un pico para cavar más hondo y así caer más y más. Me costaba mucho recuperarme de esta situación, pero cuando lo hacía enseguida recaía gracias a algún buen compañero que me alegraba el día con esas sabias palabras. Si no fuese verdad habría pasado de todos ellos, pero lo que me decían para mí era verdad. Yo me miraba al espejo y cada día veía a un monstruo. Me peinara como me peinara, hiciera lo que hiciera con mi pelo me veía igual de feo. Al verme yo feo y saber que lo era, cuando me lo decían en mí cara era normal que me pusiera malísimo.
Siempre me preguntaba porque me tenía que pasar todo eso a mí. ¿Por qué a mí? ¿Fui un terrorista en mi vida anterior? Fueron dos años muy malos. Dos años donde mi cabeza pensaba a menudo formas de acabar con eso, formas de quitarme la vida, de suicidarme. Por suerte, no estaba tan loco como para hacerlo, pero lo pensé muchísimas veces. Simplemente porque, si que al quitarme la vida ya no tendría que sufrir más, pero entonces habría destrozado la vida de mi familia y esto no lo quería. Tal vez hubiera sido buena idea comentarle a algún profesor o directamente a mis padres toda esta situación, todo lo que me sucedía a diario. Pero el caso es que nunca lo hice. ¿Miedo a lo que pudiesen opinar? ¿Vergüenza? La verdad no lo recuerdo, pero nunca dije nada, siempre me lo quedé en mí. Pensaba que diciéndole a la profesora no serviría de nada ya que una amistad es alguien con quien te llevas bien, no alguien con quien te obligan a llevarte bien. Ahora, pensándolo bien, habría podido pedir consejo o algo similar, pero tampoco salió de mí, ya que en ese momento no entendía nada.
En el recreo, a partir tercero de la ESO nos dejaban salir a la calle. Entonces yo y mi mejor amigo, el que ya no iba en mí clase, aprovechábamos para vernos e íbamos a su casa, que no estaba muy lejos, así hablábamos un rato por el camino y en su casa jugábamos al ordenador. Era lo mejor del día, lo único que valía la pena.
En cuatro de la E.S.O. seguimos yendo a su casa, aunque él empezó a ir más con los amigos de su clase. Muchos días me pasaba la hora del recreo andando solo por mí pueblo mientras me comía mi bocadillo. Algo tenía que hacer, si nadie quería estar con migo, por eso iba a dar un paseo.
La clase de educación física, o mejor dicho, la clase de tortura mental era lo peor de lo peor, no solo por los compañeros, sino también el profesor. En primero y segundo tuvimos una profesora que lo hizo muy bien, y dentro de mis posibilidades pude aprobar la asignatura y siempre tenía algún compañero al que no le importaba ir conmigo de pareja.
En 3º, la cosa cambió mucho. Al principio del curso, recuerdo que cuando teníamos que juntarnos por parejas, algún compañero que aún no me conocía mucho, me pidió que fuera con él. Yo, por supuesto acepté. Pero recuerdo que me elegían a mí y no a otro ya que yo era la única alternativa sobrante. Bueno, fuese así o no, si que recuerdo que mientras hacíamos las actividades pertinentes, solamente mirando a mí compañero/s, se notaba que no estaban muy a gusto y se reían porqué a mí me costaba más hacer la actividad que a ellos. Pero, más adelante esto cambió, a peor. Nadie, absolutamente nadie quería ir con “el chico raro de la clase” el marginado. Y como siempre todo el mundo tenía que ir en pareja, siempre había alguien que le tocaba ir conmigo y muchas veces (no siempre, pero a menudo) tenía que oír y tragarme comentarios muy desagradables como “yo no quiero ir con él; ¿Por qué yo?; ¡vaya mierda!; ¡mira!, tu nuevo amigo” (queriendo decir “que asco que vayas con él) y un largo etc.
A parte de las torturas que pasaba con mis compañeros, nuestro profesor no me lo ponía nada fácil. En primero y segundo, no sacaba excelentes, pero llegaba sin problemas a un seis sobre diez. En tercero el nivel subió bastante. Ahí empecé a notar que yo intentaba dar el máximo de mí y solo llegaba a un miserable dos o tres sobre diez. Mí profesor, al ver que yo era malo haciendo las pruebas, me puso la etiqueta de “tonto” y “vago” -literalmente-, o al menos esto presentí yo.
Yo, intentaba dar lo máximo de mí mismo aunque, como ya dije antes, mí máximo no me daba para aprobar. Yo no era un niño vago. De pequeño tuve problemas con mis piernas y mis pies; tenía poca fuerza, a veces me costaba andar y cuando andaba, metía los pies mirando hacia adentro y no hacia afuera como hace todo el mundo. Bueno, con el tiempo me disminuyó. A parte, tenía escoliosis e iba dos veces por semana a natación, desde los cinco años para corregirme la columna vertebral. Yo no era vago, hacía deporte y me esforzaba al máximo en las pruebas y aunque no sean una excusa los problemas mencionados anteriormente, era entendible que me costara un poco más que a mis compañeros. Yo intenté hablar con mí profesor, exponiéndole lo dicho anteriormente y lo que sentía yo, en algunas pruebas de correr, corría hasta que mi corazón no podía más y hasta que llegaba a sentir como un gusto a sangre en mí garganta, si, una sensación muy desagradable. Mí profesor, ignoraba mis argumentos diciéndome que era yo quien no hacía las cosas con ganas, que no le contara historias extrañas… resumiendo, todo lo que le decía para él eran excusas.
Esto, me hacía sentir muy mal, muchísimo. Mi madre, que sabía muchísimo mejor los problemas físicos que tenía, intentó hablar en muchas ocasiones con mí profesor, pero todos los intentos fueron fallidos, él nunca quiso hablar con mi madre.

En tercero suspendí los tres trimestres de educación física. En cuarto suspendí el primero y el tercero. ¿Por qué el segundo lo aprobé con un suficiente? Básicamente porque fuimos de colonias a esquiar y como aprendí, me aprobó. Bueno, si, aprobé el trimestre, pero lo peor fue lo que me dijo, no recuerdo muy bien como me lo dijo, pero fue algo así: “Te doy un cinco porqué aprendiste a esquiar, pero en verdad no te tendría que aprobar” (como queriéndose reír delante de mi cara). Recuerdo que ni me puse feliz por tener un aprobado, ya que sus bonitas palabras me dejaron como si me hubieran dado una paliza.

Quiero resaltar que habían compañeros que no hacían clase con excusas del tipo: “hoy me duele el brazo”, “ayer me caí de la cama y me di un golpe en el culo y el médico me dio la baja para 3 meses” y demás… ¿Por qué no hacían clase? Bueno, algunos porque ya de por si no podían ser más gandules y otros porque no les gustaba hacer clase con este profesor. Yo, a pesar de todo lo que dije anteriormente cada día hacía clase y nunca tenía excusas para no hacerla. Intentaba hacer lo posible para que el profesor viera que aunque no llegase, lo intentaba.

Al tercer trimestre de cuarto, tampoco llegué al cinco. Entonces ya daba dé por hecho lo peor, que al final de cuarto me quedaría educación física suspendida y no solo la de cuatro, ¡¡sino también la de tercero!!. Cuando terminaron las clases, fui a hablar con el profesor, para ver qué podía hacer con los dos años suspendidos, que solución me daba. Entonces fue cuando me dijo (más o menos), con una voz como si fuera ‘basura’ y no un niño: “Lo he pensado y te voy a aprobar los dos años. No te lo mereces pero para que estés contento. Y ah, -dijo-, me debes un regalo, un gran regalo por aprobarte.
En su momento me alegré ya que mis posibilidadesde repetir cuarto prácticamente desaparecieron. Aunque me sentía feliz, por dentro estaba destrozado. Naturalmente, le di las gracias pero nunca le regalé absolutamente nada.

En primero y segundo de la E.S.O. nunca suspendí una asignatura. No sacaba excelentes, pero no era un mal alumno.
En tercero, pasando por todo lo que pasé, terminé con cinco asignaturas suspendidas. Si, cinco. Ni yo me lo podía creer, ni mis padres se lo podían creer. Pero con el estado en que estaba, me era muy difícil concentrarme para estudiar. Antes de las recuperaciones de tercero, la jefa de estudios de mí instituto me llamó para hablar conmigo. Recuerdo muy bien sus palabras: ¿Qué te ha pasado este año? Viendo tu historial de notas antes no eras de sacar malas notas. Me preguntó que si mis pobres resultados tenían que ver con que siempre había ido con mi mejor amigo, que el sacaba siempre notables y excelentes y que ahora ya no estaba con él. Y no recuerdo que le respondí, pero creo que le dije que tenía razón. Entonces, me dijo algo que me hizo reflexionar mucho. Me dijo: Con cinco asignaturas suspendidas es muy probable que tengas que repetir tercero, ya que con tres suspendidas ya no podía pasar de curso. Como ella sabía que en verdad no era un mal alumno y que tal vez intuyera que estaba pasando una mala época, me dijo que me daba la oportunidad de dejar la E.S.O. y hacer un programa que se hacía en Cataluña que se llamaba “MAP” que era como cuatro de la E.S.O. pero para alumnos con dificultades a la hora de estudiar.
Al decirme esto, me quedé en blanco. Yo tenía claro que quería sacarme la E.S.O. normal. Ya que si hacía la otra, no tendría el título de la E.S.O. si no que tendría algo parecido pero con un nivel bastante más inferior. Entonces yo le respondí: Yo quiero hacer cuarto. Sé que tengo cinco asignaturas suspendidas, pero intentaré recuperarlas en los exámenes extraordinarios. Ella aceptó mi decisión.
Estudié mucho durante dos semanas y recuperé tres de las cinco asignaturas suspendidas. (Una de las dos que me quedó fue Educación Física, ¡Qué extraño!).
Estuve muy feliz ya que mis esfuerzos habían dado sus frutos. Empezó cuarto. Los compañeros eran los mismos y paso exactamente todo lo que dije anteriormente. Terminé el primer trimestre con cuatro asignaturas suspendidas. Mí tutora me dijo: Aún estas a tiempo de ponerte las pilas y no repetir cuatro. Recuerda que las suspendidas de tercero también cuentan. Reflexioné muchísimo sobre el tema. Yo no quería repetir. Ya no por el simple hecho de perder un año de mí vida, sino por el hecho que mis compañeros irían a primero de Bachillerato pero seguirían en el mismo instituto y también que tendría que ir en una clase nueva donde no conocería a nadie. ¡¡¡Yo solo quería irme de ese instituto!!! Entonces fue cuando me puse las pilas. Sí, mis ánimos no podían estar más por el suelo pero me tomé el curso en serio. Al segundo trimestre solo suspendí dos asignaturas. Y en el tercero solo me quedó Educación Física. Todas las demás las había aprobado, lo que quería decir que Entonces fue cuando el profesor de Educación Física me dijo que me aprobaba todo lo suspendido. ¡Mis esfuerzos sirvieron de mucho! Mi tutora de felicitó por el gran esfuerzo que hice. Por fin se terminaba esa tortura de cuatro años, con todo aprobado y con una nota media de un seis y medio.

¿Y luego que paso?

Naturalmente me cambié de instituto. Mi vida cambió radicalmente a mejor a partir de este momento. Hice nuevos compañeros. Compañeros muy diferentes a los de secundaria. Compañeros con quienes daba gusta estar. Con los que podías hablar sin temor ninguno. Con compañeros que ni una sola vez me insultaron ni se rieron de mí (dejando de banda las típicas bromas pero sin intención de herir a alguien).
A partir de un compañero de clase que se convirtió en un buen amigo y aún lo es, a partir de él conocí a gente magnífica con los que me llevo muy bien desde entonces.
Es verdad que ahora no soy una persona que tenga muchísimos amigos, al contrario de personas que, cada día hacen cincuenta nuevas amistades. Pero, puedo decir en voz alta y con una gran sonrisa que mis amigos me han ayudado muchísimo y que se que por cualquier cosa del mundo podré contar con ellos y nunca me van a fallar. Y señores, esto no lo cambio por nada en el mundo.


He intentado hacer un resumen muy resumido de todo lo que sentí en mi adolescencia. No ha sido fácil. Recordar un pasado donde no estuve nada a gusto, es muy difícil. Tanto que me ha costado más de tres meses para redactar todo este texto.
No lo he hecho en vano. Lo he hecho para ayudar desinteresadamente a adolescentes que estén pasando por una situación similar a la que yo pasé y que, a pesar de todo, siempre hay un momento en donde lo malo termina y las cosas van a mejor.
Sé que no es fácil una situación así. Pero siempre hay un futuro de nuestro presente. Un futuro esperanzador. Por favor, no dejes que unos cuantos hagan pedazos tu vida. Si son así de malas personas ignórales o aún mejor, ¡rebélate! Manifiéstate si algo te incomoda. Pero no hagas como yo que trague, trague y trague. Es lo peor que uno puede hacer. Y recuerda. Que hoy las cosas no vayan bien, no quiere decir que mañana continúen mal.

Para terminar, quisiera agradecerte el tiempo que has tomado para leer mi texto. Gracias por interesarte por mi historia. Solo quería expresar lo que siento y dar un poco de ánimos a alguien que no lo esté pasando bien. Y por favor, no te rías de alguien por que no sea como tú o porque tenga algo que no te guste o te parezca extraño, porque aunque a ti no te lo parezca, a esta persona le puedes hacer mucho daño.
Jorge12327 de mayo de 2014

3 Comentarios

  • Jorge123

    Hola, soy el autor de este texto.

    Me gustaría si me pudieran decir si la historia se entiende, si no tiene demasiados errores gramaticales y si no es demasiado larga.

    Muchas gracias :)

    27/05/14 03:05

  • Libelula

    Hola la historia está muy bien y siento lo.que sufriste.
    Un consejo ya se que lo as resumido pero aun.así resulta largo y cuesta.
    Saludos

    27/05/14 04:05

  • Superandoloimposible

    Hola :) yo ahora estoy por esas edades, tambien he tenido épocas malas. Épocas de no valer para levantar la cabeza a mirar a nadie. No he estado tan sola como mencionas en tu texto pero si que cometí algunos errores que me han cambiado mucho la vida. No estoy tan mal, pero es verdad que soy bastante sensible. Yo también me lo tragué y me lo trago todo, quitando de unas personas que se pueden contar con los dedos de una mano, que además están en la distancia. Aunque he de reconocer que esas personas, en especial una de ellas, me han salvado la vida, literalmente. Me ha conmovido mucho tu historia porque, no es que me identificara, pero podía sentir lo que tu sentías y nose... Siento mucho por lo que pasadtes. Me alegro mucho que ahora estés bien. Yo, como digo siempre, el tiempo pone a cada uno en su lugar. Un beso . PD: quería restar que "desde" se escribe junto, o por lo menks eso tengo entendido desde siempre, puede que me equivoque. Un beso, eres un gran luchador.

    27/05/14 05:05

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