TusTextos

Operado Del Pito

El medico me expuso en un lenguaje sencillo y tranquilizador todos los pasos de mi operación. No tenía ninguna complicación, el único inconveniente sería llevar una sonda durante un mes. Al principio me resultaría molesta, pero después de una semana todo el mundo se acostumbra y podría hacer mi vida con tranquilidad. Le pregunté si sería posible hacer ejercicio mientras llevase la sonda, ejercicios suaves y estáticos con pesas, abdominales... me aseguró que no veía ningún motivo para que no fuera posible.

El siguiente mes fui incapaz de moverme. Dormía en el sofá, comía en el sofá, y si alguien dejaba una botella abandonada entre la tele y mi campo visual me limitaba a mirar al techo. El más leve movimiento me despedazaba por dentro. Solo me movía para ir constantemente al ambulatorio, del ambulatorio al hospital, del hospital a casa, de casa a urgencias... Pocas sensaciones son peores que tener una sonda atascada. La vejiga se hincha, todos los órganos desde los riñones hasta la uretra te presionan y parecen reventar. Y no es nada comparado con tener una erección... El pene levanta ese gigantesco tubo rebosante de líquido cuyo punto de apoyo está dentro de tu cuerpo, incluso intenta elevar la bolsa repleta de orina. Y no hay nada que puedas hacer para evitarlo.

Para impedir que la sonda se salga de tu cuerpo, el extremo que se encuentra dentro de la vejiga tiene forma de ancla. Si tienes una erección la uretra se cierra presionada por los músculos llenos de sangre, éstos atrapan la sonda con fuerza. Yo tenía una herida de 15 centímetros en mi uretra hecha por la operación, con cada leve movimiento sentía como aquel tubo hurgaba en mi carne. Y los músculos del pene crecen, y tiran de la herida, y tiran del ancla, la arrastran por mi interior. Te araña, llenándote de nuevas heridas que crean costra. La siguiente erección mueve el ancla, el ancla arranca las costras, las heridas quedan al descubierto, y las costras atascan la sonda, y el orín deja de salir.

Yo hacía de todo para evitar las erecciones, dormía con cubiteras en los genitales, y me envolvía los testículos con esparadrapo. La erección tiraba del esparadrapo y el esparadrapo tiraba de mi espeso vello púbico. Calculé que el dolor sería tan terrible que la erección remitiría. Bueno, acerté a medias...

Mi sonda llevaba atascada más de 12 horas. Mi padre se negaba a llevarme a urgencias porque la sonda siempre se desatascaba a mitad de camino y estaba cansado y desesperado y ahogado por el calor de agosto. El dolor y el terror que yo sentía hacían que mi sudor fuera hielo. Como no podía moverme del sofá mi único modo de protestar era gritar y gritar hasta que mis padres vieron que aquello era grave y, una vez más, nos dirigimos al ambulatorio.

Allí no consiguieron desatascarme, así que fuimos al ambulatorio del pueblo vecino. Pero se vieron en la misma situación, así que tuvimos que dirigirnos en coche a las cuatro de la mañana a la ciudad más cercana, en busca de un hospital al que no sabíamos llegar mientras la hinchazón de mi vientre comenzaba a dar miedo ¿cuánto líquido puede retener una vejiga humana?

Pronto comprobaría que la situación podía empeorar, y mucho. La velocidad del coche descendió lentamente, mi padre estaba totalmente desconcertado. Uno de los pilotos del salpicadero parpadeaba. Era imposible, no se puede tener tanta mala suerte.

El coche quedó muerto en mitad de la autovía, yo a punto de morir, mi madre gritaba a mi padre, mi padre gritaba al servicio de carretera por teléfono. Saqué la pierna con la bolsa de orín fuera del coche, si el atasco remitía la bolsa desbordaría y el coche de mi padre era caro. No podía más, aquella puta cosa me desgarraba, me carcomía las tripas. Y ocurrió el milagro: mi vejiga empezó a vaciarse. Pero el líquido del tubo no se movía, yo no entendía nada. La presión obligó al orín a salir por el pequeño recoveco que había entre la sonda y las paredes de mi uretra, obligándola a ensancharse aún más. Pero de allí no salió orín. Tenía la vejiga repleta de sangre. Miré a mis padres, estaban pálidos, muertos de miedo. Quise decir algo para tranquilizarles:
"Mierda... el coche...". Salí y regué de sangre el arcén.

El hombre de la grúa bajó bostezando. Se espabiló de golpe al verme cubierto de tubos y sangre reseca. Mi padre se le tiró encima, le dijo que a la mierda el coche, que me llevase al hospital. La cara del hombre era indescriptible, se sentía superado. Tampoco sabía donde estaba el hospital y estaba de guardia él sólo, no podía dejar su puesto.

Mi padre lo tenía agarrado por los brazos cuando llegó uno de mis tíos para recogernos. Decidimos ir directamente al hospital en el que me habían operado, aunque había más de una hora de distancia.

Eran las fiestas populares y urgencias estaba abarrotado de comas etílicos y sobredosis, tuve que esperar más de tres horas. Sin comer, sin beber, sin dormir...

Cuando me dejaron en la habitación obligué a mis padres a que se fueran a descansar, poco me podían ayudar si también enfermaban. Una enfermera con el carrito de las medicinas me dijo que mi médico estaba en una operación muy complicada y tardaría mucho, le habían encargado que me diese mi medicación. Yo le pregunté:
- Pero ¿él sabe que estoy aquí, esperándole? ¿verdad?
Ella se encogió de hombros.
- Y yo que sé.
Cogí una pastilla del montón y me la tomé. La enfermera estaba impaciente.
- No, no, no. No una. Todas.
El frasco estaba lleno, debía haber unas 20 pastillas. Me negué en redondo, no iba a meterme todo eso en el cuerpo. La enfermera me enseñó los papeles con insistencia ¿Ahora le iba a enseñar como hacer su trabajo? el médico firmaba que tenían que darme una dosis diaria de 200 mg y el del laboratorio especificaba claramente que cada pastilla contenía una dosis de 10 cg. Yo le expliqué, muy despacio, que mg son miligramos y cg son centigramos, y que 200 mg equivalen a 20 cg. Dos pastillas, no 20. La chica, al ver su error, se echó a reír. Yo le dije.
- Perdone, pero una enfermera debería estar atenta a estas cosas.
- ¡Ah, si yo no soy enfemera!
Y se marchó a la siguiente habitación.

Después vino una chica que fue capaz de cambiarme las sábanas conmigo en la cama. Me vieron más mujeres el pito en ese mes que en toda mi vida.

Un camillero me preparó para llevarme con mi médico y hacerme unas pruebas. Colgó mi bolsa de la sonda a un lado de la cama-camilla.
- Perdona, pero que sepas que esa bolsa es de mi sonda. Va conectado a mi... a mi pene ¿vale?
- Que si, que si, que no pasa nada.
- Tú ten cuidado, por Dios.
Fueron incontables las veces que la bolsa podría haberse enganchado: puertas, pacientes, sillas, picaportes, ascensores, carritos... El camillero se pasaba el rato mirando el culo a las enfermeras y a las pacientes y me decía a cuantas se había follado. A todas.

Después de las pruebas me dejaron descansar en la sala de post-operatorio. Estaba rodeado de gente infestada de tumores y operadas a corazón abierto. Miré sus caras y sentí vergüenza, yo era un simple aficionado.

Al día siguiente la enfermera me comunicó que por fin iban a quitarme la sonda mientras me remangaba la bata del hospital hasta la cintura y dejaba mi pito al descubierto.
- Perdone ¿Y sabe a que hora van a...?
Ya tenía mi sonda en la mano. La sonda ya no estaba. No podía creerlo, era libre.
- Bueno, si la próxima vez que orine hay algún problema avísenos.
Disfruté unos minutos de mi dulce emancipación dando paseos por todos los pasillos y poniéndome unos calzoncillos por primera vez en un mes. Después me senté con mis padres, el tiempo pasó muy despacio, en silencio.
Y me levanté de la silla. Ellos me miraron expectantes.
- ¿Dónde vas?
- Bueno, ha llegado la hora.
- ¿Podemos... bueno, te importa si tu padre y yo...?
Llevaban casi un mes cuidando de mí, limpiando meados, llevándome al hospital a las tantas de la madrugada. Querían ver el fruto de su trabajo.
- Claro.
Me puse en pie ante el water y me la saqué. Era extraño, sentí nostalgia. Mi padre y mi madre miraban fijamente mi pito. Estaban nerviosos, aquello tardaba demasiado. Yo solo podía pensar en ¿cómo coño funcionaba?
Por fin noté un cosquilleo.
- ¡Ya viene! ¡Ya viene!
Aquella celestial y exorbitante cascada dorada iluminó mi alma. Era el chorro más portentoso que había visto en mi vida, salpiqué por todas partes. Mis padres me abrazaron, saltaron de alegría. Yo solté una carcajada, aullé y grité al mundo. Yo era el número uno. El puto amo.

Había hecho pipí.


FIN


http://joseluisbuenopina.blogspot.com/
Joseluisbueno21 de febrero de 2012

1 Comentarios

  • Joseluisbueno

    http://joseluisbuenopina.blogspot.com/

    21/02/12 11:02

Más de Joseluisbueno

Chat