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En un Momento 5

¿Dónde podré encontrarla ahora? En las miradas incómodas de las personas, en las sombras de todos los lugares, en mi almohada, dentro. Desde mi casi olvidada esquina, esa de la cual tú me sacaste y me permitiste percibirte, e vuelto pródigamente. Me tortura muy enajenadamente y me ata, me ata, me sostiene, me cuenta historias para darme cuenta que te fuiste, así nada más.

Sólo se fue. Se dejo vencer muy repentinamente. Las paredes me rozan. El techo se agacha. Mi cama levita. Mi ropa me quema. Mi comida se devuelve. Mi agua me arde. Mis noches no son satisfactorias. Mi soledad me abandona. No tengo luz. Existen empalamientos adonde quiera que vaya. Miles de razones necias al día.


Se fue, indio, se fue. Tendré que aceptarlo, indio, pero no ahora. Quiero injertarme en su recuerdo. Me duele indio, me duele. Quiero llorarla, quiero que me quite lo que me queda. Todo es de ella indio, todo me lo dio ella. Y se fue, se fue. Voy a buscarla por todas las noches del pueblo, le preguntaré a las paredes más viejas si la vieron pasar. Los perros al ladrar me darán una estúpida esperanza de que pueda. Pero me seguirá doliendo. Se me fue indio, se me fue. No busco culpable, entiendo que fui yo. Yo y nadie más. El roció de las mañanas tristes son recuerdos hirientes. Quiero sembrarme en su memoria. Quiero ser el suspiro en ella. Cuando el viento atraviesa los árboles me rugen con enojo, pues dañe a su niña flor. Pero yo la quiero, indio, yo la quiero. Quiero interponerme en su desdicha y ser bienvenido, que me ofrezca agua fresca con una sonrisa. Y su pelo al viento me busque. Con los malditos susurros de las señoras, me doy cuenta que fui yo el culpable, yo indio, yo solito, yo la maté, yo solito. Le quité su raíz. Su ramaje y su lirio. El tarareo. Lo simple, yo se lo quité, indio, yo fui el maldito. Solo en el panteón puedo sentirme digno, llorando algo, no se que indio, pero lloro como un desdichado niño. Me entretengo leyendo las lápidas, busco una parecida a la mía. Todas dicen lo mismo, por que todas cuentan de amor. La mía cuenta muerte, en vida, pero muerte. Mía o de ella, pero muerte al fin. Yo nos maté. Indio, amigo mío; fuiste testigo de uno de los más cobardes crímenes de los que tenga en memoria la historia. Tu amigo amorfo, fuiste presencial. Tú viste como la desgarré de a poco, como mutilaba su ternura de carne. Ni tú, amigo indio, tuviste el valor de detenerme, de señalarme. Mis ojos estaban rojos de cólera, pero no para ella. Eso es lo que me duele y no entiendo, como ella pudo cargar con ese peso sin remordimiento ni pena. Tú viste mi puño erguido, viste mi intención premeditada. Ahora vengo a llorar, a decirte que la busco en las esquinas y el humo de mis cigarros. En los llantos de los tiernos. En el cielo sin nubes. ¿Cómo puedes aguantarme? Eres de verdad mi amigo, indio, mi amigo. Debes de repudiarme, pero aún así me escuchas. Te tomas el tiempo para escuchar mis golpes y mi coartada voz.
Josermac18 de marzo de 2008

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