Tu mirada que me despertaba por las mañanas, fue mi revulsivo de vida necesario e impulsador el cual me daba una nueva oportunidad de tratar, una vez más, de convertirme en un ser humano. Al fin y al cabo todos queremos eso, me dijiste una vez. No entendí la analogía de ese comentario hasta no tener la mirada tuya posada en mí. Vi tu espalda desnuda alejarse y sentí como una mirada tuya era tan real. Rozabas mis adentros con sutileza que lo notaba hasta no sentirlo. Era el esfumato en mis adentros. El placer jugaba con nosotros y la muerte rondaba celosa. No había tiempo, era una zona roja, la antología de todos nuestros encuentros carnales en un beso, con el crepúsculo de corona te mecías entre mi cuerpo, yo, diciéndote me gustas cuando callas porque estás como ausente, como distante, casi muerta..., rebosando de alegría lo lográbamos.
E ahí la costumbre que nos costó erigir. E ahí la mirada que no se desliza en agonizante culpa. Por eso y por tu persona, mi amor, deje todas mis costumbres para convertirnos en religión. No quiero que la mitad de nuestra fe se incinere por falta de argumentos sostenibles. No quiero el debate al estilo Templario. Y la sal y la ceniza y la hierba que bendijeron nuestra vida, se fue. Ya no queda camino iluminado, soplamos el fuego hasta extinguirlo.
Pero la maldita costumbre nos mantiene unidos, como aquel primer día.
Un relato bien estructurado, en que mezclas en forma interesante elementos Nerudianos, a algo tan disímil como los templarios. Bien logrado. Me gusto. Saludos.