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El Mar de Diamante (los Testigos de Jehová)

"[...] Aquello estaba realmente lleno de Testigos de Jehová; enseguida me sorprendí de que hubieran conseguido ponerse de acuerdo para hacer algo juntos que no fuera provocarse sueño unos a los otros. De hecho, no necesité saludar ni a media docena de ellos para acabar ya de los nervios.

Eso es algo que me venía pasando en los últimos tiempos con mis compañeros en la fe; por esa razón, de hecho, había dejado de ir a las Reuniones. No es que los Testigos de Jehová, en general, me parecieran una mala religión, no querría dar esa impresión; yo, en realidad, siempre me sentí bastante orgulloso de haber nacido en su seno, y de haber tenido la oportunidad de aprender todas las cosas que aprendí gracias a ellos. Me constaba además, porque así lo había investigado, que contaban con algunas virtudes que, si otras confesiones todavía no envidiaban, quizás deberían hacerlo; por ejemplo, se tomaban la Biblia un poco en serio. Los tenía por una buena religión incluso a pesar de que hacía ya un tiempo ya que había descubierto la mayor parte de sus defectos, como esas contradicciones en las que incurren siempre los credos, y que acaban por teñir todos esos principios y profecías en la que basan su fe de un punto algo esperpéntico; o esa absoluta carencia de sentido del humor, al que gustan sustituir por una luctuosa insistencia de dotar a todos sus gestos de una pretendida pulcritud.

En realidad, el único problema, después de todo, que tenía verdaderamente con mis compañeros de creencia, radicaba, básicamente, en el hecho de que un buen día les dio por empezar a considerarme un rebelde. ¡Un rebelde! Santo Cielo. Mi madre, por ejemplo, a ella sí que habría entendido que la catalogaran de rebelde. Mi madre, la persona que me enseñó a amar la vida y la libertad, tenía en realidad un grave problema con los Testigos, y es que siempre se empeñó en enseñarles también a ellos, y con la misma minuciosidad que había aplicado conmigo, a amar la vida y, por encima de todas las cosas, fuera incluso contra la propia idiosincrasia de la religión, también la libertad. De hecho, los Testigos, por lo común, no solían querer tener nada que ver con la libertad, pero eso a mi madre siempre le dio igual. En realidad, como más despistado a este respecto, o incluso bloqueado, se le apareciera un correligionario, más ganas le entraban a ella de invitarlo a casa a comer con nosotros, o a salir a predicar juntos, e instruirlo a continuación en el osado discurrir por los angostos desfiladeros de la mente abierta.

Era un ejercicio realmente hermoso ―más que productivo― el que practicaba mi madre, y que bien podría haberse considerado acaso como una rebeldía; aunque nada más lejos de mis aspiraciones. A mí, por ejemplo, me habrías puesto a hablar delante de la escrutadora mirada de un Anciano, o de cualquier otro Testigo aferrado a sus principios, y a la que hubiera visto que mis palabras empezaban a sembrar el pánico me habría puesto nervioso ―por no decir histérico―, y a mis argumentos no les habría costado nada empezar a desestabilizarse, a desviarse completamente, sino a ponerse abiertamente en mi contra. Por supuesto, hasta aquel momento, tampoco había llevado a cabo ninguna otra de esas conductas que suelen recibir el apelativo de subversivas; no había, por ejemplo, tomado en mi vida ni una sola rodaja de morcilla, ni probado gota de alcohol ―más allá de alguno de los digestivos que mi abuela nos servía en las ocasiones especiales―, ni tampoco fumado el más inocente de los cigarrillos; ya no hablemos, por supuesto, de drogas. Ni siquiera había sido capaz de saltarme la menor de las leyes u ordenanzas municipales; por Dios, debía ser el único ser animado en Vilafranca que no sabía lo que era colarse en el Cercanías. En realidad, si lo pensabas detenidamente, la única rebeldía que había cometido en toda mi vida, no había sido otra sino estar con Lucía..."



Esto es un extracto del capítulo 2 de "El mar de diamante", mi primera novela. Va sobre un Testigo de Jehová que es expulsado e inicia un viaje de descubrimiento de todas aquellas cosas que le estaban prohibidas: el alcohol, el sexo, las drogas... Está gratis en Amazon hasta el domingo.

Joan R. Provencio
Jrprovencio09 de enero de 2015

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