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Historia Catanga.

La muerte ya estaba muerta en aquel sitio, aquella noche.
Sentado, sobre un cartón, en el rincón más precario de la casa se sentía morir.
Las enormes gotas de lluvia estrolaban el agujereado techo de chapas sin membrana, el agua de lluvia que filtraba le espantaba las pulgas y el paraguayo ebrio, recostado sobre la inmunda cama destendida no se guardaba un solo grito, demostrando todo su machismo crudo frente a la pantalla del televisor que emitía una película pornográfica brasilera.
De a ratos proclamaba injurias en guaraní y mas frecuentemente aun, e tocaba en su entrepierna con una mano mientras que con la otra seguía tomando el vino, que para el era de “finos” por que estaba guardado en botella de vidrio.
“Carlitos” que era el perro mas desatendido del barrio de vez en cuando se daba una vuelta por la pulguienta y llovida pieza para ver si su amo estaba bien, y por que el paraguayo en sus momentos de mayor excitación dejaba derramar el vino por sobre el piso de cemento y tierra, provicionandole una bebida que le hacia sobrellevar su vida de perro cotidiana.
Miro hacia arriba, las gotas de las goteras que lo mojaban eran cada vez mas frías, pero que podía hacer, levantarse y correrse, sentarse junto al paraguayo en la cama, ningún otro lugar de la casa le parecía mejor que el mas precario de los rincones donde estaba.
El vino cayo desplomado sobre el piso, el perro carlitos se abalanzo, el levanto la vista y dedujo que el paraguayo había desmayadose, rendido por el alcohol o por el placer de auto complacerse, no se volvió a oír palabra alguna de el.
La cama, la delgada almohada y el acolchado agujereado y lleno de barro que había encontrado tirado en la esquina la semana pasada habían sido teñidos del púrpura del vino, observo esto y pensó con los brazos en sus rodillas y el mentón sobre sus brazos, que era el detalle de decoración ms bonito que había tenido aquella casa.
Cuando los gemidos que venían desde el televisor se le colaron en el cerebro, pensó en “la gorda Alba” y en la buena utilidad que le daban a esa cama en otros tiempos, entonces supo que la extrañaba y se prometió llevarle una vela blanca al cementerio el domingo próximo.
Cansado de su cansancio y su aplacamiento, se quito las ojotas, se puso las medias de toalla que habían sido blancas pero ahora eran rosas por haberlas lavado junto a los calzones rojos; tardo unos minutos en recordar donde estaban los zapatos de seguridad, se los puso, reviso los bolsillos del pantalón del paraguayo desmayado y se hizo con dos pesos, se puso la campera negra que decía “Seguridad”, abrió la puerta y salio a la nocturna calle barrida por la lluvia y el viento, rumbo al trabajo.
Al regresar, el paraguayo aun seguía rendido en la cama, la película pornográfica había terminado hacia rato, solo quedaba la pantalla azul en la TV. Y el perro carlitos estaba lamiéndole la boca en busca de restos de vino.
Pálido, frió y abandonado, el paraguayo había muerto hacia varias horas, quizás en el momento cuando dejo caer la botella, pero no importaba, sabia que el domingo solo iría al cementerio a llevarle una vela a “la gorda Alba”, era un hombre de palabra.
Juanmjuanm27 de octubre de 2010

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