Subir de nuevo a la habitación y volver a constatar que todo está en su sitio, en perfecto orden, tal y como ella lo dejó. Comprobar que sus fotografías siguen allí, vivas, mirándote cuando las miras; que sus libros y canciones esperan, impacientes, su regreso; que sus vestidos aún permanecen dentro del armario, como sombras; que su perfume continúa abrazado a las paredes que la vieron crecer y aventurarse en sus sueños. Repetir una y mil veces cada día este triste estribillo, a eso ha quedado reducida la existencia desde que su pequeña se cansó de seguir viviendo.