Ya recogerían la mesa mañana. La cena, demasiado abundante, se había alargado más de lo previsto. El asado de mamá, sabrosísimo como siempre, iba a ser de difícil digestión. Además, el vino y el cava habían corrido tan generosamente que las copas se vaciaban y llenaban como por encanto. Algo ebrios, habían decidido irse a la cama y descansar durante toda la noche. Pero eso sí, pronto habría que salir de caza otra vez, o quizás provocar un nuevo accidente. Conseguir la carne y trocearla era algo a lo que su madre se había negado desde siempre; lo suyo, a la sazón, era la cocina.