Nos comimos a unos cuantos vecinos para no defraudar a nadie. Es lo que tiene ser joven, que siempre hay que demostrar que mereces la confianza de tus mayores; aunque sea en algo tan comedido como un almuerzo organizado entre amigos. Antes era más fácil, nuestras aficiones no eran tan conocidas, pero desde que el vecindario se percató de nuestros particulares gustos culinarios, cada vez nos cuesta más pasar desapercibidos; sobre todo desde que al primo Cosme le dio por morder con saña a cualquier residente del barrio. Desde entonces, satisfacer nuestro apetito sin que se den cuenta es toda una odisea.