Poco antes de que los domingos fueran amargos, hubo sábados envueltos en luz, viernes lluviosos, aterciopelados. Los jueves viajaban en taxi dibujando perlas en la madrugada, seguros de que los miércoles ya eran historia. Y además los martes, enamorados de los lunes, buscaban estrellas que llevarse a la boca para devorarlas dulcemente.
Otras veces, los lunes se quedaban dormidos, soñando con martes que, al acecho, perfumaban el viento de los miércoles, dispuestos a la caza de nocturnos y embriagadores jueves. Y así, los viernes, abrazados a los sábados, soportaban domingos de tedio en un ir y venir de días totalmente a la deriva.