No me gusta que alguien tenga algo que yo no tenga, por eso leo, releo..., y vuelvo a leer. Leo todo lo que se expone ante mis ojos. Leo como un muerto de hambre, como un depredador, buscando aquellas presas que más y mejor alimentan. Y así, disfruto de ensaladas de poemas que aderezo con aceite de música clásica. Devoro carne roja de novela guisada al vino tinto de los cuentos de hadas. Engullo teatro asado relleno de entremeses y sainetes, y me atraco de artículos confitados al aroma del ensayo literario. Después, por fin, sueño. Sueño con algo que nadie más que yo puede poseer, mis propios sueños.
Madre mía, ¿es que no hay un solo texto tuyo que no tenga grandeza? Esa es una pregunta que me hago cada vez que te leo.