Pesaban muy poco pero aplastaban sueños cada vez que se asomaban a mis ojos. Nunca pude evitarlos, siempre estaban ahí, al acecho, esperando cualquier debilidad para lanzarse contra mí, para asediarme. Al principio eran insignificantes, casi ridículos; flotaban livianos, vaporosos, impregnándolo todo con ese olor acre tan característico. Con el tiempo crecieron, cada vez más; aprendí a tolerarlos, a sopesarlos, pero siguen visitándome cada noche. Los oigo acercarse sigilosos, me susurran al oído y se acuestan a mi lado sobre la almohada, riéndose de mí, tratando de intimidarme, intentando sorprenderme en un descuido para así cargar con ellos hasta el eterno reino de lo absurdo.
Lo has dicho, se instalan y se hacen de nosotros llevándonos literalmente, y sin que podamos evitarlo, "hacia el reino del absurdo". Breve y muy bien desarrollado.