Me habían robado la vida
sin darme cuenta,
en secreto,
rescatando misterios
del mundo de los sueños.
Jamás
podría silenciar aquellos ojos negros,
cargados de noches eternas,
aquellas sonrisas
que me adivinaban
desde la inmensidad de sus corazones.
Aquellas manos,
pequeñas,
infinitamente delgadas,
que me buscaban
intentando agarrar sombras
de una felicidad que se escapa
a lomos de un viento frío,
irreverente.
Son ellos,
mis niños de arena y sal,
mis pequeños guerreros,
bravos combatientes,
vencedores de la guerra incruenta
del olvido.
Son ellos,
que juegan conmigo a la ruleta
de la incertidumbre,
a unos dados
trucados por el inexorable paso
de un tiempo que me ahoga
en el océano infinito
de la duda.
