Sigo observando mi trocito de cielo a través del tragaluz del techo de mi dormitorio. Intento fijar mis ojos y mis pensamientos en la cálida luna y navegar muy lejos en ese inmenso océano de estrellas, mientras que en el piso de abajo la feroz batalla diaria continúa. Me tapo los oídos con la fuerza de un titán de diez años, intentando evadirme, desaparecer, disolverme en la noche. Pero todo es inútil, como siempre, los golpes, los alaridos, las amenazas me atraviesan, me hacen daño; hasta que escucho la voz ahogada de mi madre, que grita mi nombre, cuando me precipito sin remedio hacia la libertad.