"Se había propuesto anunciarlo con toda solemnidad en Nochebuena", durante la cena, cuando toda la familia estuviese sentada en torno al pavo en pepitoria que, con tanto esmero y pasión, cocinaba la abuela Plácida.
Estaba harto de seguir fingiendo, de tanta hipocresía y falsas apariencias, no lo haría ni un minuto más. Tenía que poner las cosas en su sitio de una vez por todas, no estaba dispuesto a continuar con la misma farsa de todos los años. Lo había decidido y no podía volverse atrás. Debía dejarles muy claro que no quería seguir participando en su pantomima de familia solidaria de buena sociedad.
Levantó la mano en medio de la cena, convocando el interés de los comensales. A la señal, los ruidos de cubiertos y conversaciones cesaron al compás y doce pares de ojos clavaron sus anhelantes miradas en él. Entonces, sin poder evitarlo, como siempre, poseído por un yo remoto, primitivo; dio inicio, sin saber muy bien por qué, a otro sumiso y mezquino acto de agradecimiento por permitirle ser, un año más, el pobre que sentaban a su mesa por Navidad.
