El baúl de los juguetes está cada vez más vacío. Primero desapareció el antiguo tren de hojalata que perteneció al abuelo. Después se esfumaron las muñecas de trapo de la abuela, aquellas con las que había jugado toda su vida. Luego el mecano y el Scalextric de papá. Cuando eché de menos el Cinexin de mamá, un escalofrío me recorrió de la cabeza a los pies. Ahora solo quedan las Barbies de mi hermana y mi colección de Playmobil. Ya no podía más, les he dicho que no lo hagan conmigo, no lo soporto. No quiero ser enterrado con mis juguetes favoritos, a pesar de la férrea tradición familiar.