un Mar de Excusas
Un señor con levita que se parece a Pushkin ha venido a visitarme a las cuatro de la madrugada. Le he dicho que no eran horas, que estaba muy cansado; pero no me ha hecho el menor caso. Se ha sentado frente a mi cama y, con la mejor de sus sonrisas, ha decidido hacerme compañía hasta el amanecer.
Te juro, mi amor, que no lo he soñado, se ha colado en mi dormitorio atravesando el espejo de obsidiana que me regalaste, ha puesto en mi mano derecha un pequeño vaso de vodka y
no recuerdo nada más. Como puedes comprobar, me ha sido imposible llegar a tiempo.