Era lo único que podíamos hacer por él, dadas las circunstancias. La situación se tornó desesperada. Después de una semana, no podíamos seguir dudando, había que tomar una decisión, el tiempo se acababa. Tras una noche eterna de discusiones y sombras, la luz se hizo carne de un nuevo amanecer que habló por todos. Nos miramos fijamente a los ojos y supimos con absoluta certeza que no quedaba otro remedio. Él también hubiera hecho lo mismo y, de alguna manera, así seguiría vivo entre nosotros, con nosotros, dentro de nosotros. Luego hundimos los cuchillos con fuerza y cortamos tajadas que nos llevamos ansiosamente a la boca.