Un día.
Al doblar la última esquina,
allá donde la luz se apaga,
permitiré flaquear mis rodillas,
daré permiso a las lágrimas.
Ahora no.
Que sostienen mis rodillas
el peso de muchas almas,
que mis ojos son vigías
de la paz de los que ama.
Algún día.
Al doblar la última esquina
miraré atrás con calma
y daré descanso a las niñas
de mis ojos al cerrarlas.