Tu ser llegó con la marea, que la luna reflejó en el horizonte.
La noche estrellada presenciaba
al fuego ardiente y la brisa helada,
al compás del canto alegre de tambores y libres mentes,
danzando cual arrebol en el cielo de nubes fulgurantes.
El dulzor de tu mirada desipó los miedos de su alma de niña,
sanó heridas acalladas, cada noche al alba.
Horas mágicas en la tranquilidad de la arena transcurrían
y en el ocaso febril sus manos se entrelazaron.
La besaste, te besó
y las certezas llegaron a su puerta, pero tocaron tan bajito
que no pudo sentirlas,
hasta un día,
cuando el sol anunció su partida
y adiós el intenso verano decía.
Fue en ese instante cuando comprendió que son ciertas las profecías,
pensó que aquel muchacho inocente estaba en su vida,
mucho antes de que ella quisiera emprender un nueva vida.
Aquel día le reveló el misterio de la existencia humana, entonces decidió lanzarse al vacío y resguardar el alma al sentimiento encadenada.

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