Las Crónicas Del Ayer -
CapÃtulo 2
Llegó al pueblo.
A pesar de ser su última esperanza, la aldea estaba peor de lo que pensaba. Allà la furia del volcán habÃa dejado tan solo un par de casas en pie, el resto estaba en llamas o destruidas y cuyos escombros se apilaban en las calles aledañas.
La chica pareció hundirse aún más. No veÃa ninguna salvación cercana ni en el momento que más lo necesitaba.
- ¿Para qué? – se preguntó – Si igualmente moriré haga lo que haga. Solo me queda subir hasta la cima del volcán.
El volcán, rugiente y espantoso se alzaba unos pocos kilómetros al este del pueblo y las corrientes de lava serpentean la ladera sur asà que aún quedaba en pie el camino del este. HacÃa donde iba ella. Hacia donde iban todos.
Pero hubo algo que la hizo detenerse en seco.
Su anciano maestro estaba desplomado sobre los restos de la pared de una escuela. Nadie le miraba o le ayudaba. ParecÃa no existir en ese momento. La chica no se olvidó y corrió a socorrerle.
Cuando le tocó y le habló para ver si estuviera vivo le sorprendió el tacto frÃo de su piel y el de su respiración lenta y acompasada. PerdÃa la vida en aquel lugar. La dejarÃa sola también como sus padres. Notaba como se desvanecÃa en un hálito traslucido. Como una seda fina y blanca.
- Pequeña – dijo cuando el viejo maestro abrió los ojos en respuesta al caliente corazón que irradiaba aquella chiquilla – Mira que sucede cuando dejamos este mundo. Volvemos a él. Y surgimos de él.
- No quiero perderte – dijo la muchacha conteniendo las lágrimas – Ya he perdido a mis padres y tú eres, lo único más cercano que tengo. No me dejes sola…
El maestro señalo a un punto a su derecha. Un chico más joven que ella y con los ojos de color miel la observaba. Estaba vestido y no parecÃa estar herido.
- Llévatelo al volcán – suspiro el viejo maestro – Es el último encargo que te pido. Ahora, déjame reunirme con la tierra. Estoy muy cansado… Tengo sueño…
Y el noble anciano se disolvió como si no fuera más que una voluta frágil de humo.
Los muchachos se quedaron mudos durante un buen rato. Hasta que llegó él.
- No querrás quedarte aquà ¿verdad?
Desvió la mirada y contemplo a un muchacho mayor que ella que le tendÃa la mano. La luz del alba atravesó las nubes de cenizas y le deslumbro.
ParecÃa tener un aura dorada sobre su cabeza.
Y su mano era cálida. Reconfortante.