Con una basta extensión de bosque espeso con otras de claros y praderas, el bosque autóctono de Halaria creaba un ecosistema variado. Diversas granjas se afincaban en los borde del bosque, especialmente en los bordes, donde habÃa praderas, dada la peligrosidad de su interior.
Criaturas feroces, mosquitos del tamaño de una raqueta de tenis y miles de peligros poblaban las 2000 hectáreas del terreno que terminaba a los pies de la montaña de Eolos, particularmente distinta.
Su destino, Vendaval, estaba en la cima más alta de aquella montaña. Se calculo que en unos 5 dÃas estuvieran allÃ, si no hubiera problemas con los bichos, claro.
HabÃan llegado por la tarde al lÃmite del bosque que, indudablemente, estaba vallado por seguridad. Antes, se habÃan enterado de la erradicación sly en Ramber. Los cinco, que venÃan de allÃ, y uno de ellos habÃa participado en el anterior asalto, se alegraron muchÃsimo al ver como, el cambio de poder de los asesores habÃa propiciado un avance como ese. Ahora, Las Partidas estaban purificadas de sly.
Aunque sólo a una persona le pareció incomodarle.
Que se hubiera recuperado Cassandra fue un tremendo bache en el camino que habÃa planeado Dando. MantenÃa cierto don de gentes, pero sólo de cara a los Aimier. En realidad era otro vasallo más, adoptado por los Ustules, para atrapar al grupo salvador. Al salir del orfanato, miembros de La Fuerza le reclutaron clandestinamente para sus misiones encubiertas en Balcania. Pero no solo su odio era su fuerza, sino que tenÃa una habilidad especial. PodÃa suplantar sentimientos de una a otra persona. Algo que le costó su tiempo y que sólo podÃa hacer tras pasar un tiempo con ésta persona. Y su hermana, era su experimento. HabÃa volcado en ella todo su odio y aversión por el mundo para que él aparentase ser el “chico bueno” cuando en realidad era el más malvado.
Decidieron dormir en el lÃmite, sin entrar por seguridad, aquella noche. A la mañana siguiente, bastante tarde, se pusieron en marcha. Se esperaban bichos, pero no tantos. Combatieron con varias decenas de mosquitos y citocornios (una especie de jabalà mucho más agresivo) y gracias a ello, pudieron comer copiosamente. Por la tarde, buscaron algún lugar para pasar la noche, y al filo de la noche encontraron una caverna. Para la decepción de todos, sólo ese dÃa, habÃan recorrido 16 kilómetros. Les quedaban otros 284.
Mientras pasaban los dÃas, cada uno, fue evolucionando en fuerza, habilidades y agudeza en los que Alcoida podÃa recitar conjuros potentes de ataque y defensa casi a la vez. Cassandra dominaba la espada con asombrosa capacidad innata. Roberto salvaguardaba distancias con su rifle de largo alcance y Fran se escurrÃa entre las ramas para atacar a los enemigos por la espalda. Salvador, por su parte, se decantó con su pistola mientras pudo. Al vaciarse sus cargadores tuvo que usar una de las espadas que llevaba. Como la que le regaló su padre era demasiado corta, prefirió la del Alcalde de Agreste. Su inconveniente mayor, el peso, se compensaba por la tremenda fuerza de sus golpes. Y, si no reaccionaba a tiempo, allà estaba Cassandra, ayudándole. Los hermanos Medios, que porteaban la mayor parte del equipaje, se defendÃan con una lanza que Dando fabrico en el bosque y un enorme martillo que Dando salvó de la casa. Era el arma de Mirella, y la usaba bastante bien.
Combatieron durante 4 dÃas y estaban a unos escasos 90 kilómetros de la salida cuando, tras una lluviosa noche, Dando desapareció sin dejar rastro. Salvador intuyo una trampa a las primeras de cambio y pidió a los 6 restantes que siguieran el camino hacia la salida. Él se adentrarÃa en el bosque para buscar a Dando, desandando el camino.
Pero no tardó más de una hora en percatarse, que algo no marchaba bien.
De pronto se vio rodeado de personas vestidas de camuflaje y bien armadas con rifles. SabÃa bien lo que eran. Sus perseguidores. Los caza-recompensas de Halaria.
- Deja las armas en el suelo – instó uno de los cazadores.
Salvador sólo alzó las manos
- ¿No nos oyes, cabronazo? – Grito otro - ¡Tira tus armas ahora mismo!
- Tiradlas antes vosotros
La parsimonia de sus palabras y la osadÃa que ello implicaba, agotó la paciencia de algunos hombres que, de inmediato, dispararon. No sabÃan con quien se estaban metiendo. Con las manos en alto, le resulto fácil desenvainar las espadas que llevaba a su espalda, ocultas a la vista. Describió un cÃrculo y el acero repelió las ráfagas de los rifles. Agachado y medio oculto entre la maleza, se impulsó con los pies hacia las ramas y de ellas a los hombres armados. Le basto un corte a cada uno para que dejaran de desistir. Contó a 15 hombres en total.
- Que raroÂ… HabÃa contado a uno más – percibió Salvador al parar.
Fue cuando sintió un acero frÃo apuntando a su frente. VÃctor VacÃo permanecÃa en alza mientras que Salvador, no le habÃa dado tiempo de levantarse.
- ¿Qué demonios quieres? – preguntó el Aimier.
- MatarteÂ… - dijo en tono neutro su enemigo
- ¿Y porque no aprietas el gatillo? – le espetó. Pudo obsérvale la cicatriz en su mejilla. La que le hizo en aquel hotel. VÃctor apoyo con furia su pistola en la frente.
- No puedo. Son órdenes
- ¿Y por que no las incumples? – le desafÃo Salvador
- Ya lo hice una vez, al dejarte marcharÂ…
- Creo que fueron dosÂ…
- ¡Tres!
A Salvador le sorprendió la cifra “¿Tres? ¿De qué habla?”
- En Tercer, cuando os habÃamos rodeado, desaparecisteis por un pasadizoÂ…
Asà que fue él quien obligó a que su hermana destruyera su finca.
- Maldito hijo de puta… Tú has ido detrás de nosotros desde entonces
- Puede decirse que sÃ. LevántateÂ… ¡Ya!
Salvador le hizo casoÂ… Ahora estaba a su altura.
- Sabes, siempre he querido hacer estoÂ…
- No me digas… ¿Siempre has querido palmarla?
VÃctor grito de desesperación. A Salvador sólo le quedaba un poco más de tiempoÂ…
- Y ¿Por qué no lo acabas aquà y ahora?
VÃctor le disparó a bocajarro. El disparo alarmó a los seis, que se habÃan detenido por oÃr disparos cerca de ellos.
- No... No puede ser – murmuro Alcoida.
De inmediato Fran se introdujo en el bosque con la intención de ir al foco del disparo. Cassandra se miro el anillo y empezó a manar lágrimas.
Aunque en un principio, VÃctor le diera por muerto, fue la bala, al caer al suelo la que le devolvió a la realidad. Salvador habÃa creado una barrera justo en su frente y habÃa detenido a tiempo la bala.
De pronto, Fran apareció detrás del Aimier y cogió la espada de su espalda. Antes de aquel cruel asesino se hubiera dado cuenta, tenia media espada incrustada en su estómago.
Su hermano le habÃa ensartado como a un jabalÃ.
- Perdóname… hermano
Y se desplomó.
Fran se postró delante de él y comenzó a llorar lleno de angustia. HabÃa matado al único Montepez que le habÃa enseñado la fuerza necesaria para defenderse. La fuerza con la que le habÃa matado.
Salvador le echo una mano al levantarse. Fran estaba absolutamente desencajado.
- CreÃ... creà que te habÃa matado – murmuraba el ermitaño
- Tranquilo, no tendrÃas que haberlo hecho tú... He podido solo...
Y, tras que Salvador sacara la espada del maltrecho cuerpo de VÃctor, su hermano, Fran, le enterró a los pies de un nogal enorme. Siempre que pudiera, le irÃa a ver