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Etel, la Verdadera Historia

Mi padre murió el día de mi primer cumpleaños. Según me contaron se atragantó con un trozo de tarta. En ocasiones la muerte es cruel con las personas por no esperar a un momento más adecuado para poner fin a sus vidas. ¿Qué le hubiese importado esperar a sorprenderle mientras dormía? Una muerte dulce, sin dolor. En fin, así son las cosas. El día de mi primer cumpleaños, quizá uno de los más importantes de su vida para todo aquel que sea padre, se tornó en el día más desgraciado de la mía aunque yo no fuera consciente en ese momento.
La muerte de mi padre fue un shock para toda la familia, puesto que era un hombre joven, vital y muy querido por todos. A quién más afectó por supuesto fue a mi madre. Yo me fui dando cuenta a medida que iba creciendo. Me enteré que desde ese fatídico día, cayó en una terrible depresión. Pasaba los días abatida, sin ganas de nada, no probaba apenas bocado, por lo que empezó a perder peso rápidamente. Solo se la veía más animada cuando me tenía delante, lo hacía por mí. Yo siempre la recuerdo con una sonrisa en la cara. Solíamos ir a pasear todos los días por el cementerio y visitábamos la tumba de mi padre. A mí me gustaba, porque así podía ver a mis amigos, los espíritus, los cuales se alegraban mucho de tener todavía un nexo con la vida que dejaron atrás. Tengo el don de comunicarme con ellos desde que yo recuerdo. Lógicamente al principio me asustaba mucho, no sabía ocurría, era muy pequeña. Fue gracias a mi abuelo, también fallecido, que poco a poco fui comprendiendo y el temor se fue yendo. Desde entonces hablo con mis amigos como con cualquier persona viva. Y bien que les gustaba hablar a los residentes del cementerio, a veces lo hacían todos a la vez, por lo que acababa un poco mareada. Pero todos, en cuanto nos deteníamos en la tumba de mi padre, guardaban un respetuoso silencio. Mi madre se arrodillaba al borde de la lápida y cambiaba las flores que había dejado el día anterior, entre lágrimas. Mi padre me hablaba. Me decía cuanto me quería, cuanto me echaba de menos. El poder tenerme entre sus brazos, cantarme canciones o contarme cuentos mientras intentaba dormirme. Yo también le hablaba, aunque a mi madre no le hiciera ninguna gracia. Pensaba que no me tomaba en serio las cosas y que me inventaba las conversaciones para llamar su atención. A veces se enfadaba conmigo por eso. Pero nada más lejos de la realidad. Yo podía hablar con mi padre y eso hacía. Le echaba mucho de menos y me sentía un poco culpable por su muerte, puesto que si la familia no hubiese estado pendiente de mí mientras yo hablaba con mi abuelo, alguien se hubiera dado cuenta de que mi padre no podía respirar y le hubiese ayudado.
Yo se lo decía a mi padre todos los días, que si no fuera por mí él todavía estaría con nosotros. Pero siempre me contestaba lo mismo, que yo no tenía culpa alguna, que la muerte es caprichosa. Me decía que siempre sería su ángel. Pero yo sabía que él echaba muchísimo de menos a mi madre, el poder oler su perfume, poder sentir sus caricias, poder hablar con ella… mi padre sufría. Y sufría más al ver que mi madre también lo hacía, y al ver al estado al que le estaba llevando la pena.
Con el paso de los años mi madre iba a peor, se debilitaba cada vez más y apenas salía de la cama. Mi abuela estaba muy preocupada por ella y un doctor venía a visitarla cada día, yéndose siempre con las mismas palabras como respuesta a la pregunta de mi abuela: se estaba muriendo de pena.
Yo procuraba pasar todo el tiempo que podía con mi madre. Le hablaba, le contaba historias que se me iban ocurriendo, le hacía dibujos con muchos colores para intentar animarla… pero nada. Ella me consolaba afirmándome que yo era lo más importante de su vida, pero que echaba muchísimo de menos a mi padre. Eran un alma en dos cuerpos. Se habían criado juntos, habían ido a la escuela juntos, sus familias eran como hermanos… y al final se casaron. El fruto de ese amor tan puro fui yo, y tenía la sensación de que yo era la culpable de todo lo que estaba pasando. Por lo que decidí hacer algo para arreglar las cosas y devolver a mis padres esa felicidad que se había perdido por mi causa.
Una noche pedí a mi madre dormir con ella, quería sentir su cuerpo a mi lado en la cama, su calor, su contacto. Quería decirle lo grande que era mi amor por ella. Por mi padre. Quería decirle que verla así me dolía mucho, muchísimo. Quería decirle que quería que volviera a ser como antes, que fuera feliz y que solo se me ocurría una forma de que eso pasase. Así cuando ella se durmió, me puse a horcajadas encima de su cuerpo, sujetándola los brazos entre mis piernas. Cogí mi almohada y después de darle un beso en los labios y susurrarla que la quería, puse la almohada sobre su cara y me eché encima con todas mis fuerzas. Mi madre tardó un tiempo en notar que le faltaba el aire, y cuando eso sucedió abrió los ojos como platos mirándome sin comprender. Forcejeó un poco pero estaba demasiado débil y yo la tenía firmemente sujeta, no podía zafarse de ningún modo. Entonces, al mirarme de nuevo a la cara y ver como las lágrimas caían de mis ojos, mientras la decía que la quería más que a mi vida, comprendió. Y dejó de luchar. Y en sus ojos vi la comprensión, el agradecimiento y el amor reflejados.
Hasta que los cerró. Había muerto. Esperé un rato y cuando retiré la almohada de su cara, la sonrisa de felicidad que tenía grabada en ella, me hizo derrumbarme y llorar hasta que me venció el cansancio.
Al día siguiente fue el entierro y no hace falta decir qué momento tan doloroso fue para toda la familia. Los llantos y lamentos invadían el aire. Cuanta tristeza. Yo eché el primer puñadito de tierra sobre el ataúd. Cuando todo terminó, pedí a mi abuela quedarme unos momentos a solas enfrente de las tumbas de mis padres. Entonces noté como una energía me bañaba, cómo un sentimiento de felicidad flotaba por el aire. Y mi madre me habló. Me dijo que tardó en comprender por qué yo estaba haciendo eso, pero que al ver mis ojos enjuagados en lágrimas lo supo. Que era la muestra de amor y el sacrificio más grande que nunca nadie había llevado a cabo. Amor por unos padres que no podían existir el uno sin el otro. Ahora estaban juntos de nuevo y ambos eran muy felices. Siempre cuidarían de mí y yo siempre seria su ángel.
Tras pasar unos meses con mi abuela, ella también falleció. Causas naturales. Lo juro. Mis tíos decidieron que no podían hacerse cargo de mí y mis “locuras” así que me enviaron a un viejo orfanato, en el cual habitaban unos niños tan “especiales como yo”.
Khalder18 de diciembre de 2010

3 Comentarios

  • Khalder

    Esta es la historia que Etel contó a sus amigos de El Freakfanato en la pasada noche de Halloween. Fue una noche donde todos abrieron su corazón a los demás y compartieron con ellos sus verdaderas, y tristes, infancias antes de llegar a nuestro orfanato.

    Puedes seguir las aventuras de los nenes en www.elfreakfanato.com

    18/12/10 03:12

  • Norah

    Causas naturales. Lo juro. ..brillante en verdad, besos.

    19/12/10 01:12

  • Khalder

    Gracias Norah.

    19/12/10 12:12

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